En estos tiempos de "globalización" y "mundialización" -de una cierta globalización toda ella dominada por la economía- la brecha entre las naciones ricas y las pobres es cada vez mayor, al igual que la brecha entre ricos y pobres dentro de cada país.
Leemos la Escritura a la luz de la interpretación que le ha dado toda la tradición cristiana que nos ha precedido, y esto es normal. Sin embargo, a veces es útil acercarse a un texto evangélico sin referencia a lecturas e interpretaciones anteriores, tratando de preguntarse qué pudo significar el texto para quienes lo leyeron primero, en la primera generación cristiana. Es un ejercicio que vale la pena hacer para el Evangelio de hoy.
Los textos de esta Eucaristía nos hablan de la debilidad y del poder, de la debilidad humana y del poder de Dios. En la primera lectura, del Libro del Éxodo, vemos la debilidad del pueblo judío dentro del imperio egipcio, en particular la debilidad de Moisés como bebé en una cesta sobre las aguas del Nilo, y el poder con el que Dios liberará a su pueblo de Egipto a través del ministerio de Moisés.
Seguimos leyendo el capítulo 11 de Mateo, donde éste ha reagrupado varios dichos breves de Jesús. Algunas de estas palabras han sido colocadas en otros lugares por los otros evangelistas; y otras, como la que acabamos de leer, son exclusivas de Mateo. Sería inútil tratar de encontrar la situación precisa en la que estas palabras fueron pronunciadas por Jesús. Son pequeños textos o relatos aislados que circularon en la Iglesia primitiva antes de ser agrupados en nuestros Evangelios. Tienen valor y fuerza en sí mismos, independientemente de cualquier contexto.
La primera lectura que escuchamos fue del libro del Deuteronomio, que de todos los libros del Antiguo Testamento es el más legal. Sin embargo, el mensaje que escuchamos fue una maravillosa introducción a la enseñanza del Evangelio. Nos dijo que la ley de Dios no puede reducirse a un conjunto de reglamentos, sino que es una ley de amor, escrita en nuestros corazones. Si escuchamos esta ley del amor que Dios ha escrito en nuestros corazones, todos los demás preceptos del Evangelio o de la Iglesia cobrarán su verdadero sentido. Si no lo hacemos, seguirán siendo un montón de textos muertos.
El Evangelio que acabamos de leer (y que forma un todo con el que leeremos mañana) incluye algunos puntos de contacto con el Magnificat de la Virgen María, que son muy interesantes y sumamente reveladores.
Estas palabras de Jesús son la conclusión del relato evangélico sobre un joven rico que vino a preguntarle qué debía hacer para heredar la vida eterna. Sabemos cómo Jesús le había invitado a vender todas sus posesiones para seguirle, y luego cómo, incapaz de resignarse a hacerlo, el joven se había marchado triste. Jesús aprovechó la oportunidad para hacer algunos comentarios desconcertantes sobre el uso de la riqueza. Entonces Pedro le preguntó a Jesús: "Lo hemos dejado todo para seguirte; ¿y nosotros?" En su respuesta, Jesús promete que compartirán la vida eterna.