3 de noviembre de 2025 – Lunes de la 31.ª semana, año «C»
H o m i l i a
Todo el capítulo 14 de Lucas está compuesto por lo que podríamos llamar «palabras de mesa» de Jesús. Estas «palabras de mesa», aunque Lucas es el único evangelista que las recoge, eran un género literario popular muy utilizado en aquella época.
Jesús es invitado a un banquete y, como todos los demás invitados, toma la palabra cuando le llega el turno y ofrece algunas reflexiones y enseñanzas, que ya hemos leído el 22º domingo del tiempo ordinario. La primera parte de esta enseñanza trata sobre la humildad; luego viene una segunda lección, que es la que tenemos en el Evangelio de hoy, y que es una lección que Jesús le daba a su anfitrión del día. Según esta enseñanza, las personas a las que queremos invitar a nuestra mesa, a las que queremos ayudar, servir, no deben ser solo las personas interesantes y agradables, con las que es agradable estar, o aquellas que pueden ayudarnos en los momentos difíciles, facilitarnos el acceso a un puesto de trabajo o a un buen contrato, evitar que paguemos una multa o conseguirnos rápidamente una cita con el especialista. ¡No! Debemos ayudar y servir primero a los más necesitados, a los pobres, a los heridos —de todo tipo de heridas—, a los ciegos, etc. Son estas personas las que nos acogerán en el Reino de los Cielos.
San Benito, que en el siglo VI escribió una Regla de vida para los monjes —una Regla que sigue siendo hoy en día la base de toda la vida monástica en Occidente—, entendió muy bien este Evangelio. Desde el principio de su Regla, en la sección sobre los valores espirituales, antes incluso de entrar en la descripción detallada de la vida de la comunidad, nos ofrece un capítulo muy largo sobre los doce grados de humildad. La única grandeza es la que Dios da gratuitamente a la persona de corazón humilde y puro, y no la que una persona puede alcanzar por sus propios esfuerzos y ambición personal. Más adelante, en el capítulo sobre la hospitalidad, Benito recomienda acoger a los pobres y necesitados, así como a los ricos y poderosos, como Cristo mismo, sin acepción de personas.
Pidamos a Dios esta sabiduría, que puede parecer locura a los ojos de los hombres, pero que es la sabiduría misma de Dios.
Armand Veilleux
