19 de octubre de 2025 – 29.º domingo «C»
Ex 17, 8-13; 2 Tm 3, 14-4, 2; Lc 18, 1-8
H O M E L I A
En esta parábola hay dos personajes importantes: por un lado, un juez que no teme a Dios y no tiene consideración por nadie; por otro, una viuda débil, pero convencida de sus derechos y decidida a hacerlos valer. Al final, el juez le da a la viuda lo que pide, simplemente para que deje de molestarlo.
No tenemos que buscar mucho para encontrar el significado de esta parábola, ya que Lucas nos dice de qué se trata: «Jesús contó una parábola para enseñar a sus discípulos que hay que orar siempre sin desanimarse».
En la primera lectura tenemos otro ejemplo de oración constante y paciente, el de Moisés. Además de esta constancia, Moisés y la viuda del Evangelio tienen otra cosa en común: ambos están del lado de los débiles y los oprimidos. La viuda, porque forma parte de ellos, Moisés porque pertenece a un pueblo oprimido. Y Dios siempre escucha la oración de estos pequeños.
Es posible que, en esta escena evangélica, Jesús aludiera a una situación concreta conocida por sus oyentes; pero no lo sabemos, y todo lo que sabemos de esta viuda es lo que Jesús nos dice en esta parábola. De Moisés sabemos más. Era hebreo, criado en la casa del faraón de Egipto. Podría haberse convertido en una persona importante en el gobierno de Egipto. Pero un día volvió a ver a los suyos y vio cómo los trataban. En un acto espontáneo de indignación, defendió a uno de sus hermanos, y ese acto provocó una serie de acontecimientos que transformaron toda su vida. Tuvo que huir al desierto para escapar de la ira del faraón. Y allí, en el desierto, se encontró con Dios. Allí, en la soledad del desierto, lo más común se convirtió en una cuestión candente, la zarza más común se convirtió en un signo de la presencia de Dios. Moisés recibió la misión de conducir a la libertad a un pueblo que seguía aspirando a la seguridad de su cautiverio. Permaneció fiel a su pueblo; y cuando Dios, decepcionado por este pueblo, quiso exterminarlo y dar una nueva nación a Moisés, este dijo: «No. Si te deshaces de ellos, ¡deshazte también de mí! »
Esta solidaridad radical de Moisés con su pueblo explica la lectura de hoy, en la que tenemos esta hermosa imagen de Moisés orando en la montaña con las manos levantadas, mientras el pueblo luchaba en la llanura. La victoria dependía de la perseverancia de Moisés en la oración.
Esta historia se ha utilizado y manipulado tradicionalmente para sentar las bases de la distinción entre dos formas de vocación en la Iglesia: la vida activa y la vida contemplativa. Evidentemente, hay algo de verdad en esta interpretación. Pero sería peligroso forzar esta distinción, ya que, por un lado, aquellos que se dedican a la transformación del mundo podrían pensar que están exentos de la obligación de rezar, ya que hay monjas y monjes que lo hacen por ellos; y, por otro lado, los monjes y monjas podrían tratar de justificar su falta de preocupación por las necesidades de sus hermanos y hermanas en el mundo considerándose personas importantes cuyo único deber es rezar por los demás.
Tal interpretación olvida una realidad importante: que Cristo ha venido. Ha descendido a la batalla con toda la humanidad e incluso ha muerto en ella. Pero ha resucitado y ahora está siempre presente a la derecha del Padre intercediendo por nosotros. Él es el nuevo Moisés, no nosotros. En cuanto a nosotros, los llamados «activos», como los llamados «contemplativos», todos estamos comprometidos en la misma lucha contra las fuerzas del mal, hasta que la plena victoria de Cristo se realice en nosotros y por nosotros. La primera lección que se desprende de la historia de Moisés es un llamamiento a la solidaridad con los débiles y los oprimidos.
Solo hay una batalla, en la que todos nos encontramos. El egoísmo y el odio que conducen a la opresión de unas clases sociales por otras, a la opresión y dominación de unas naciones por otras, es el mismo egoísmo y el mismo odio que todos llevamos como una tentación continua y una herida constante en nuestros corazones. Hay personas llamadas a sanar estas heridas de la humanidad dedicando toda su vida a trabajar activamente por la eliminación de las injusticias sociales; otras están llamadas a hacerlo sobre todo luchando en su propio corazón contra el mismo poder del mal, permitiendo que el reino de los cielos se realice en la humanidad a través de la conversión de su corazón.
Todos estamos comprometidos en la misma lucha escatológica. No olvidemos nunca nuestra solidaridad con aquellos que, en diferentes vocaciones y modos de vida, trabajan por la realización de la victoria ya conquistada por Cristo, en la existencia concreta de la humanidad. Todos estamos unidos porque nuestra victoria común proviene del nuevo Moisés, que se encuentra, con las manos levantadas, a la derecha del Padre. Él nos invita a unirnos a su oración.
Armand VEILLEUX