6 de octubre de 2025 – Lunes de la 27ª semana del tiempo ordinario, año par

Jon 1, 1 – 2, 1.11; Lc 10, 25-37

H O M E L I A

Este relato tan vivo, tomado del Evangelio de Lucas, que acabamos de leer, comienza con una importante pregunta que le hace a Jesús un doctor de la Ley. Era una pregunta muy buena, personal y práctica. De hecho, no dijo de forma abstracta: «¿Cuál es el mandamiento más importante?», sino: «¿Qué debo hacer?». Jesús le respondió: «Tú eres doctor de la Ley; debes saberlo. ¿Qué lees en tu Ley?». Y el hombre da la respuesta correcta: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo». «¡Muy bien!», dice Jesús. «Haz esto y tendrás vida eterna». El doctor considera que el diálogo ha terminado de forma un poco brusca y formula otra pregunta: «Pero entonces... ¿quién es mi prójimo?».

A esta segunda pregunta, Jesús responde con una parábola. Y es importante recordar que toda la parábola que sigue es una respuesta a la pregunta: «¿Quién es mi prójimo?», porque, cuando termina de contar la parábola, Jesús vuelve precisamente a esta pregunta: «¿Quién, en tu opinión, fue el prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones?». Con esta pregunta, Jesús obligará al doctor a identificarse con el hombre que cayó en la cuneta, bajo los golpes de los ladrones. (Recordemos que la técnica de la parábola como forma de enseñanza consistía en hacer que los oyentes se identificaran con uno de los personajes del relato).

Retomemos la estructura del relato. El doctor había dicho: «¿Quién es mi prójimo?» y Jesús reformula la misma pregunta al final: «¿Quién fue el prójimo del hombre que cayó bajo los golpes?». El doctor solo puede responder: «Su prójimo fue el que le mostró compasión». Si tenemos todo esto presente, nos daremos cuenta de que cuando Jesús dice: «Ve y haz lo mismo», el significado inmediato no es «Ve y sé tú también un buen samaritano», sino más bien: «Como el hombre que cayó en manos de los ladrones, acepta tú también que incluso un samaritano sea tu prójimo».

Jesús nos pide que superemos, mediante el amor, todas las divisiones que establecemos entre nosotros. Trasladada al mundo actual, la división entre samaritanos y judíos sería la división entre pobres y ricos, entre países desarrollados y países subdesarrollados, entre capitalistas y comunistas, entre defensores de la globalización y víctimas de la misma, entre negros y blancos, entre conservadores y progresistas, entre ciudadanos y residentes ilegales, etc., etc.

Para nosotros, quien está al otro lado es, por lo general, quien está equivocado. Jesús nos invita a reconocer la presencia de la compasión en esa persona y a aceptar su ayuda. El samaritano, en esta parábola, está de viaje. En cuanto al sacerdote y al levita, están en casa, en su hogar, y por lo tanto tienen mucho que hacer. No tienen tiempo para ayudar. También tienen todo lo que necesitan. Se bastan a sí mismos y no reconocen a su prójimo. Pero el samaritano está de viaje. Está fuera de su entorno habitual. Ha venido a una tierra extranjera en busca de algo. El camino de Jerusalén a Jericó era muy peligroso, especialmente para un samaritano. Era un pobre, una persona que conocía el desprecio, el peligro, el miedo. Por lo tanto, podía abrirse a la compasión.

Si trasladamos todo esto al mundo actual, ¿quién es la persona que ha caído en la cuneta, víctima de los ladrones? Es la que ha salido de Jerusalén para bajar a Jericó: la que ha abandonado la seguridad de la ciudad santa, con su comodidad y sus certezas, para buscar otra cosa, en dirección a lo desconocido, como Abraham. Es, por ejemplo, la persona que busca otros modelos de vida social, política, económica o religiosa. Es la persona que ha abandonado el sistema o ha sido expulsada por él. Al haber abandonado los caminos trillados por las multitudes, esa persona es vulnerable, más expuesta que otra a cometer errores, incluso graves. Puede acabar fácilmente en la cuneta, lo que, por otra parte, puede ser su salvación. Estas personas se encuentran en todas partes, especialmente en las cárceles o en lugares de mala fama. Dondequiera que estén, los levitas y los sacerdotes las ignorarán fácilmente, salvo para darles lecciones de buena conducta. Esperemos que algún día encuentren a un samaritano.

El samaritano del mundo actual es la persona que ha abandonado la seguridad y la comodidad de su pequeño mundo y quiere aprender de los demás nuevas formas de pensar y de vivir. Al encontrarse él mismo en una situación de inseguridad constante —elegida o, en cualquier caso, aceptada—, puede sentir compasión por quien ha caído. Solo si emprendemos ese camino, como lo hizo Cristo, seremos capaces de ayudar a nuestros hermanos y hermanas, no con el fin de cumplir una ley, ni para ganar méritos en el cielo, ni por el placer que se siente al ser bueno y generoso, sino simplemente porque nos «impulsará la compasión».

Como conclusión práctica: sería demasiado fácil tomar la resolución de ser buenos samaritanos con las personas que nos rodean. Escuchemos más bien la primera lección de la parábola de Jesús. Aceptemos la evidencia de que todos, de diversas maneras, hemos caído en la cuneta. Nuestro primer reto es aceptar que nuestro prójimo, aquel que nos ayudará, será aquel o aquella a quien tendemos a considerar indigno, aquellos por cuya conversión solemos rezar.

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Y hoy también recordamos al ermitaño San Bruno, fundador de la Cartuja.

Armand VEILLEUX