26 de septiembre de 2025 -- Viernes, 25.ª semana del tiempo ordinario
Homilía
¿Quién es Jesús?
Sin duda, durante mucho tiempo esta ha sido para nosotros una pregunta teórica, que adquirió un nuevo significado el día en que nos vimos obligados a cuestionarnos nuestra propia identidad. (Aunque quizá no nos hayamos planteado la pregunta de forma explícita).
La respuesta a la pregunta «¿quién es Jesús?» condiciona la respuesta a la pregunta «¿quién soy yo?».
El Hijo de Dios aceptó todas las dimensiones de la existencia humana. Los libros piadosos de los últimos siglos nos han hablado de un Jesús que tenía una visión beatífica desde el principio... Pero la cristología contemporánea nos hace redescubrir a un Jesús más acorde con lo que nos dice el Nuevo Testamento: un Jesús que crece en edad y sabiduría ante Dios y ante los hombres, un Jesús que crece en el descubrimiento de su misión y su identidad. Un Jesús tan plenamente humano como plenamente divino, que, como todo ser humano, necesita ser confirmado por sus amigos en la percepción inicial y luego creciente de su identidad.
Cuanto más medito el Evangelio que acabamos de leer, más convencido estoy de que cuando Jesús dice a sus discípulos: «¿Quién decís que soy yo?», no se trata de una pregunta teórica. Tampoco es un procedimiento pedagógico. Él, Jesús, necesita escuchar la respuesta de Pedro: «Tú eres el Mesías de Dios», y esta confirmación le permite asumir plenamente lo que ya percibía en su alma humana: «Es necesario que el Hijo del hombre padezca mucho, que sea rechazado por los ancianos... que sea condenado a muerte y resucite...»
Jesús sabe reconocer los signos de los tiempos en su propia existencia: para él hay un tiempo para predicar con valentía y un tiempo para esconderse, un tiempo para vivir y un tiempo para morir. Sus discípulos, y Pedro en particular, le ayudan a discernir...
Hay un tiempo para todo, un tiempo para cada cosa bajo el sol. No debemos leer esto con nuestra concepción occidental del tiempo. Para nosotros, el tiempo es un inmenso vacío, una línea continua con un punto de partida y un punto de llegada: un vacío que hay que llenar. (A veces hablamos de ocupar el tiempo, e incluso de matar el
tiempo). La mentalidad semítica ignora esta concepción del tiempo. Para el semita, lo que existe no es una duración que se llenará. Lo que existe es, ante todo, una serie de realidades, como la muerte, la alegría, el dolor, la guerra. Cada realidad tiene su propio tiempo. A lo largo de nuestra existencia humana nos encontramos con algunas de estas realidades con su propio tiempo. Y lo importante es reconocer cada una de estas realidades con su propio tiempo. Hay momentos que solo conocemos personalmente una vez, como el nacimiento y la muerte, pero hay otros momentos que visitamos a menudo, como la alegría y la tristeza, la paz y la guerra, etc. Jesús reprocha a sus contemporáneos que reconocen el tiempo meteorológico al observar los signos del firmamento, que se acerca un tiempo de lluvia o un tiempo de sol, pero que no saben reconocer los tiempos del Reino de Dios.
En lo que respecta al futuro de nuestras comunidades, al igual que a nuestra existencia personal, nuestra responsabilidad no es simplemente hacer cálculos humanos, sino saber identificar qué tiempo se nos presenta y responder a él: ¿es un tiempo de crecimiento y expansión o un tiempo de espera, y tal vez incluso, en algunos casos, un tiempo de muerte?
Durante esta celebración, pidamos la gracia de saber reconocer el tiempo que nos toca vivir.
Armand Veilleux