12 de agosto de 2025 -- Martes de la 19ª semana, año impar

Deuteronomio 31, 1-8; Mateo 18, 1-5. 10. 12-14

H O M E L I A

Los discípulos de Jesús siempre estaban preocupados por saber cuál de ellos sería el más grande en el Reino de los Cielos. Y lo más desconcertante e incluso trágico es que empiezan a discutir sobre esto precisamente después de que Jesús les anuncia Su pasión y Su muerte.

El Evangelio de hoy nos ofrece dos respuestas de Jesús a esta preocupación de Sus discípulos. En la primera, los invita a volver a ser como niños pequeños. Las cualidades de la infancia son la sencillez, la pureza de corazón, la espontaneidad, la apertura, la verdad. Son las cualidades que Jesús espera encontrar en Sus discípulos. Son las virtudes que Jesús se esforzó por inculcar a Sus apóstoles. Por eso, a menudo en el Evangelio, cuando habla de Sus «pequeños» se refiere a Sus apóstoles.

En la segunda parte del texto, Jesús invita a Sus apóstoles — y nos invita a todos — a imitarlo en Su solicitud por los pequeños, los heridos, los perdidos. Nos invita a saber no solo poner la atención en la oveja perdida antes que en el cuidado de todas nuestras demás posesiones, sino también a alegrarnos cuando se encuentra la oveja perdida.

Recordemos cómo, en la parábola del hijo pródigo, lo que se le reprocha al segundo hijo (el que se quedó en casa) es ser incapaz de participar en la fiesta y alegrarse por el regreso de su hermano. Es un calculador que se pregunta qué sentido tienen esa música y esos cantos. No sabe alegrarse y, sobre todo, no sabe alegrarse de que su hermano pródigo haya vuelto a casa.

Si hoy estamos aquí y podemos celebrar la Eucaristía, ¿no es porque un día el Señor dejó a las otras 99 ovejas para venir a buscarnos a nosotros?

Armand Veilleux