21 de junio de 2023 - Miércoles de la 11ª semana

2 Cor 9,6¡11; Mt 6,1-6. 16-18

Homilía

           En lo que llamamos el Sermón de la Montaña, el largo discurso con el que Jesús comienza su predicación en el Evangelio de Mateo, establece primero, en la serie de las bienaventuranzas, la carta fundamental del nuevo mundo -el Reino de los cielos- que quiere instaurar.  A continuación, Jesús explica que no ha venido a derogar la Ley, sino a llevarla a su plenitud, y concluye: "si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos". 

           ¿Qué significa la palabra "justicia" en este contexto? En el lenguaje y la visión jurídica de la época, ser justo significaba cumplir los preceptos de la Ley, en tres ámbitos en particular: la limosna, la oración y el ayuno. Por eso Jesús dijo a sus oyentes que si su limosna, su oración y su ayuno no superaban la actitud de los fariseos, no entrarían en el Reino.   ¿Les está invitando Jesús a dar más limosna, rezar más y ayunar más rigurosamente? 

           ¡No! Eso no es a lo que Jesús les está llamando -ni a nosotros- a hacer.  Se explica inmediatamente después, en el texto que acabamos de leer.  Leamos el primer versículo según la traducción de la Biblia de Jerusalén, que reproduce el sentido del texto griego mucho mejor que la adaptación del leccionario litúrgico.  Guárdate -dice Jesús- de practicar tu justicia ante los hombres para hacerte notar por ellos" [en lugar de "Todo lo que hagas para ser justo, evita hacerlo ante los hombres para hacerte notar"]. Y luego da sus recomendaciones sobre lo que se consideraban los tres pilares de la rectitud, según los fariseos: la limosna, la oración y el ayuno.

           En estos tres ámbitos, la enseñanza de Jesús es una llamada a la verdad y a la rectitud de intención. Nuestro verdadero ser, el verdadero "yo" de cada uno de nosotros, se encuentra en el centro más íntimo de nosotros mismos, donde recibimos nuestro ser de Dios, donde somos engendrados sin cesar por el Aliento de vida de Dios.  Alrededor de este núcleo, hay varias capas de envolturas protectoras -todos nuestros "egos"- y hemos añadido varias para protegernos.  Tanto es así que corremos el riesgo de vivir siempre en la superficie de nuestro ser.  Intentamos dar a los demás la mejor imagen posible de nosotros mismos y nos regodeamos fácilmente en esa imagen, siendo a menudo más ilusos que los que nos rodean.

           Sobre el tema de la limosna, Jesús advierte contra la tentación de dar limosna, ya sea para que los demás se fijen en nosotros o incluso para limpiar nuestra propia conciencia. Cuanto menos pública sea, cuanto menos conscientes seamos de nuestra propia generosidad, mejor, porque lo único que cuenta realmente es la motivación más profunda, que por su propia naturaleza es secreta para todos, incluidos nosotros mismos, y que sólo el Padre ve en secreto.

           Lo mismo se aplica a la oración. Si rezamos para hacernos notar, ya sea por los demás, por nosotros mismos o incluso por Dios, ya hemos recibido nuestra recompensa.  Nuestra oración no va más allá.  La verdadera oración está en lo secreto del corazón: no es el tipo de oración que se puede pretender enseñar, ni la que nos hace sentir bien y cálidos, ni la que se puede sopesar.  Es la oración que está toda desnuda, toda interior, más allá de los gestos o las palabras que puedan expresarla y que nadie más que Dios puede oír, ni siquiera nosotros mismos.  Esto es sin duda lo que quería decir San Antonio de Egipto cuando afirmaba que la oración aún no es pura mientras seamos conscientes de que estamos orando.

           El evangelista Mateo introduce aquí el texto del Pater y, en un pasaje que viene inmediatamente después, que es el tercer elemento del tríptico, Jesús da la misma enseñanza sobre el ayuno.

           Durante esta Eucaristía, pidamos cada uno de nosotros la gracia de despojarnos de algunas capas más de nuestro ego, para poder vivir todos los aspectos de nuestra vida con una verdad cada vez mayor, y penetrar así cada vez más profundamente en la vida interior, que consiste en estar en contacto lo más constantemente posible con ese punto, en el corazón de nuestro ser, donde tiene lugar en secreto el intercambio de la Palabra, que nos engendra sin cesar a la Vida.

Armand VEILLEUX