11 de junio de 2023 - Fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo

Dt 8,2...16; 1 Co 10,16-17; Jn 6,51-58

Homilía

           El texto evangélico que acabo de leer es la conclusión del largo discurso de Jesús sobre el Pan de vida, que encontramos en el capítulo 6 del Evangelio de Juan. Al principio de ese capítulo, Juan había relatado la multiplicación de los panes, tras lo cual los discípulos habían partido en una barca hacia la ciudad de Cafarnaún y Jesús, huyendo de las multitudes que querían hacerle rey, se había ido a los montes a orar, antes de reunirse con sus discípulos. Al día siguiente, cuando las multitudes corrían de nuevo tras él, les habló largamente del Pan de Vida, cuya conclusión acabamos de leer. De hecho, deberíamos haber añadido el versículo siguiente, que no ha sido incluido en nuestro leccionario litúrgico, pero que es muy importante para comprender el texto en su conjunto. Este último versículo dice: "Estas fueron las enseñanzas de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm".

           ¿Por qué es importante este último versículo? Sencillamente porque nos recuerda que el primer y más importante significado de las palabras de Jesús es el que tenían para aquellos a quienes se las dirigía en aquel momento.  Más adelante reinterpretaremos estas palabras a la luz de la práctica de la Eucaristía, pero Jesús las dirigió a la gran multitud que le había seguido hasta Cafarnaún.  No habló en tiempo futuro. No está diciendo quién comerá mi carne y beberá mi sangre después de mi muerte y resurrección.  Jesús sigue vivo y dice a esta multitud, en tiempo presente: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna".  A lo largo de todo el discurso de Jesús, lo central es su mensaje, el mensaje que recibió de su Padre y que vino a traer al mundo.  Dijo: "Todo el que cree tiene vida eterna".  Jesús se presenta como el mensajero del Padre. Como Hijo de Dios, se identifica con el Mensaje, ya que es la Palabra de Dios. Pero como Verbo encarnado, se entrega al Mensaje, hasta el punto de aniquilarse a sí mismo (kénosis), de hacerse obediente hasta la muerte.

           Este fue un punto de inflexión en el ministerio de Jesús. Muchos de sus discípulos que habían seguido con entusiasmo a este nuevo profeta -a este nuevo mensajero- le abandonaron, al encontrar que su mensaje era demasiado duro de vivir.  Esto llevó a Jesús a preguntar a los Doce: "Y vosotros, ¿queréis marcharos también?" y Pedro respondió: "¿A quién iremos?  ¿Tienes tú palabras de vida eterna?

           Al releer estas palabras de Jesús a la luz de la práctica eucarística, cuando escribió su Evangelio muchos años después, San Juan nos muestra que este significado primario de las palabras de Jesús, el significado que tenían en concreto para los que le escuchaban mientras vivía, es en realidad el significado profundo del misterio eucarístico.  Cuando nos reunimos, como hacemos esta mañana, para celebrar la Eucaristía, estamos consumiendo la Palabra de Vida que vino del Padre y se encarnó en Él.  Afirmamos nuestra fe en su mensaje.  Al expresar juntos nuestra fe, somos Iglesia.

           En este discurso sobre el Pan de Vida, Jesús alude al maná del que se alimentaron los judíos durante su largo éxodo en el desierto.  En la liturgia de hoy, leemos un hermoso texto de Moisés.  Moisés es un bello ejemplo de mensajero que cede constantemente al mensaje que está llamado a llevar.  Su vida se divide en dos periodos de cuarenta años. El primero, transcurrido en el palacio del faraón, fue una existencia dorada que terminó en un desastre personal. Durante el segundo, a lo largo de los cuarenta años del pueblo judío en el desierto, Moisés fue constantemente quien transmitió los mensajes de Dios al pueblo.  Él mismo no entró en la tierra prometida. El Libro del Deuteronomio pone en su boca tres grandes discursos pronunciados antes de entrar en la tierra prometida, y que han sido llamados el "Testamento de Moisés", un buen extracto del cual tuvimos como primera lectura. La palabra clave de este texto es "Recuerda". "No olvides al Señor tu Dios... Es Él quien...". Esta pequeña expresión "Es él quien..." repetida varias veces, nos muestra cómo Moisés, al igual que Jesús más tarde, es un mensajero que se aparta ante el Mensaje.

           También para nosotros, la actitud de adoración ante este Mensaje consiste en dejar que penetre en nosotros, que se haga carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre, para que también nosotros podamos transmitirlo al mundo de hoy, a todos aquellos con los que convivimos, sin pretender llamar la atención, ni siquiera ser reconocidos como mensajeros, sino haciéndonos a un lado ante el Mensaje.  Como Juan el Bautista, cuya fiesta celebraremos dentro de unos días, digamos: "Es necesario que él crezca y que yo disminuya".

Armand VEILLEUX