2 de agosto de 2022 -- Martes de la 18ª semana, año par

Jer 30, 1-2. 12-15. 18-22; Mt 14, 22-36

Homilía

           El elemento central de este Evangelio lo sitúa el evangelista san Mateo entre dos manifestaciones de la atención de Jesús a los hambrientos y a los enfermos.  En efecto, nuestro texto comienza con la mención de la multiplicación de los panes y termina con la de las muchedumbres que llevaban a sus enfermos a Jesús para que se curasen incluso con sólo tocar la borla de su vestido.

           Después de la multiplicación de los panes, Jesús envía a sus discípulos a casa, en barco, y él mismo se va "a casa", de una manera diferente, yendo a la montaña a rezar, lo que hace durante gran parte de la noche.

           Un marinero o un pescador teme y ama a la vez las tormentas.  Las teme porque a menudo se cobran vidas humanas; las ama porque, sobre todo por la noche, le ponen en contacto con las fuerzas más misteriosas y aterradoras de la naturaleza, que a su vez conectan de algún modo con las fuerzas sobrenaturales.

           Así, aquí están los discípulos luchando contra los fuertes vientos y las grandes olas; y en medio de eso, Jesús viene caminando tranquilamente sobre el agua.  Pedro se manifiesta una vez más como el discípulo más encantador y desconcertante de Jesús.  Tiene suficiente fe para desafiar a Jesús y hacerle venir a Él sobre el agua.  Tiene suficiente fe para responder a su invitación y comenzar a caminar sobre el agua.  Mientras su atención esté centrada en Jesús, no hay ningún problema; sí que camina sobre el agua.  Pero en cuanto su atención se desplaza de Jesús a las grandes olas, se asusta y empieza a hundirse.

           ¿Cuál es la lección de ese Evangelio para nosotros?  -- A veces se nos invita a ir con Jesús a la soledad para rezar.  Otras veces no se nos invita, sino que Él nos devuelve a alta mar, como les ocurrió a los Discípulos.  En ausencia de Jesús, la alta mar se convierte fácilmente en un mar tormentoso.  Si miramos más allá de los límites de la barca en la que nos encontramos, hacia el mar, veremos a Jesús, tranquilamente -con calma-, viniendo hacia nosotros.  Si confiamos en Él, si mantenemos nuestra mirada y atención en Él, estamos salvados, podemos caminar sobre cualquier tipo de agua.  Pero en cuanto retiramos nuestra atención de Él para ponerla en nuestras dificultades, empezamos a hundirnos.

           La fe tiene que estar unida a la oración continua, es decir, a un recuerdo constante de Dios.