15 de marzo de 2022 - Martes de la 2ª semana de Cuaresma

Isaías 1:10,16-20; Mateo 23:1-12

Homilía

            Es raro que Jesús hable con tanta severidad.  Él, que es tan misericordioso ante la debilidad humana, se vuelve extremadamente severo ante la explotación del hombre por el hombre y ante el orgullo que consiste en atribuirse títulos y honores que están reservados a Dios. 

            Su habitual actitud de misericordia, de llamar a la conversión y de prometer el perdón, la encontramos muy bien expresada en la lectura de Isaías donde Dios, a través de su profeta, promete el perdón total a quien se convierta, es decir, deje de volverse a sí mismo para ejercer la bondad hacia los demás.  No basta con dejar de hacer el mal, sino que hay que hacer el bien, es decir, buscar la justicia, poner en vereda al malhechor, hacer justicia al huérfano, defender a la viuda. El que actúa así está al mismo nivel que Dios; por eso Dios le invita: "Ven y hablemos, dice el Señor".  Y la discusión es totalmente favorable al pecador.  No sólo se le perdonan sus pecados, sino que se borran, desaparecen.  "Si tus pecados son como la grana, se volverán blancos como la nieve.  Si son rojos como el bermellón, se volverán como la lana".

            En cuanto a Jesús, que era el Hijo de Dios y se rebajó a ser uno de nosotros, se hizo servidor de todos y nos llama a ser servidores de los demás.  No puede soportar a aquellos que, mientras realizan un servicio, lo utilizan para ponerse por encima de los demás y sacar gloria personal de ello.  No está exento de humor que describa a los soberbios fariseos y escribas, que buscan el primer lugar en todas partes y hacen todo lo posible para hacerse notar por los adornos de sus vestimentas.  Reconoce su autoridad, es decir, el servicio que están llamados a prestar: "ocupan la cátedra de Moisés", dice.  Llama al pueblo a respetar esta autoridad, incluso cuando no viven de acuerdo con sus enseñanzas.  Sin embargo, lo primero y principal que les reprocha es utilizar esta autoridad para oprimir al pueblo con leyes y obligaciones abrumadoras que no tienen nada que ver con la voluntad de Dios.

            Para cualquiera que ejerza un servicio de autoridad, estas palabras de Jesús siguen siendo siempre una severa advertencia.  Para todos, siguen siendo una llamada al servicio mutuo desinteresado a imagen del Hijo del Hombre que se hizo servidor de todos.  Para todos nosotros son también, junto con las palabras de Isaías, una llamada a la conversión, así como una promesa de perdón.

           

Armand VEILLEUX