10 de marzo de 2022 - Jueves de la 1ª semana de Cuaresma

Este 12. 14-16. 23-25; Mateo 7:7-12.

Homilía

          La oración de la reina Ester, que hemos escuchado en la primera lectura, es sin duda una de las más bellas del Antiguo Testamento.  Está llena de confianza en Dios y de fidelidad a la fe del pueblo de Israel. Pero aún estamos muy lejos de una oración cristiana.  Ester está a punto de reunirse con el rey Asuero para intentar salvar a su pueblo y le pide a Dios que ponga en el corazón del rey "odio hacia nuestro enemigo para que perezca él y todos los que están con él".

          La oración cristiana, tal como la describió Jesús a sus discípulos, es muy diferente.  En esta oración no hay lugar para el odio, ya que Jesús pide a sus discípulos que amen al prójimo, incluso a sus enemigos, como a sí mismos. Este precepto resume toda la Ley y los Profetas, dice Jesús.  Además, Jesús describe aquí una dimensión muy importante del amor a los enemigos: "todo lo que queráis que los hombres hagan por vosotros, hacedlo vosotros mismos".  Es muy sencillo, pero también muy exigente.

          En la medida en que apliquemos este principio fundamental, podremos acercarnos a Dios con confianza.  Esta confianza se describe de forma interesante en la siguiente fórmula: "Pedid, y se os dará; buscad, y encontraréis; llamad, y se os abrirá".  Porque quien pide recibe, quien busca encuentra, a quien llama se le abre.»

          El fundamento de esa confianza radica en que Dios tiene la actitud de un padre amoroso hacia nosotros.  Si incluso los hombres pecadores dan cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más no dará Dios a sus propios hijos lo que piden con confianza?

         

          Por eso, queridos hermanos y hermanas, no nos contentemos en nuestra oración con pedir al Señor cosas buenas para nosotros mismos, sino que, con el corazón lleno del mismo amor que Dios tiene por todos, recemos también por todos nuestros hermanos y hermanas.