8 de marzo de 2022 - Martes de la 1ª semana de Cuaresma

Is 55,10-11; Mt 6,7-15

Homilía

          Desde el comienzo de la Cuaresma, los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento que se leen en la celebración de la Eucaristía nos advierten, con una insistencia sostenida y verdaderamente impresionante, de la falsedad e inutilidad de una práctica religiosa que no se traduce en una vida de amor concreto y de servicio fraterno.

          Dios creó todo a través de su Palabra.  Esta misma Palabra, que nos fue dirigida por los profetas de todos los tiempos, vino a nosotros personalmente en la persona de Jesús de Nazaret.  Penetra y nos atraviesa.  El Libro de Isaías la compara con la lluvia y la nieve que bajan del cielo y vuelven a él.  Si nos dejamos transformar por esta Palabra, volveremos al Padre en ella, asumidos en ella.  Si no la recibimos como tierra fértil, si no transforma nuestra vida, entonces vuelve al Padre sin nosotros, como la lluvia que se evapora en la superficie de una tierra endurecida y nosotros quedamos en la nada. 

          Jesús da un ejemplo concreto de ello en el Evangelio que acabamos de leer.  Este Evangelio está tomado del Sermón de la Montaña reconstruido por Mateo.  Hacia el final, encontramos una enseñanza sobre la oración.  En primer lugar, la recomendación de no rezar en lugares públicos para ser observados, sino de entrar en la soledad de nuestra habitación y rezar allí, en secreto, a nuestro Padre celestial.  Luego viene la recomendación de no multiplicar las palabras como si fueran en sí mismas oraciones eficaces.  El Padre conoce todas nuestras necesidades y las del resto de la humanidad mejor que nosotros mismos, dijo Jesús. 

          A continuación, Jesús da la fórmula del "Pater", y comenta sólo una de las siete peticiones, la relativa al perdón de los pecados o la remisión de las deudas.  "Si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial os perdonará también a vosotros.  Pero si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas".  No creo que debamos escuchar estas palabras como si Dios nos "premiara" por perdonar o nos "castigara" por no hacerlo.  Entonces Dios sería un dios para nosotros.  Más bien significa, sencillamente, que al perdonar a los demás, nos insertamos en la corriente del río interminable del amor misericordioso del Padre, y que al negarnos a perdonar, nos aislamos de esa corriente.

          Como siempre, Jesús nos deja la elección.