12 de julio de 2021 - Lunes de la 15ª semana

Ex 1:8-14.22; Mt 10:34--11:1

Homilía

           Este Evangelio es un poco desconcertante, como suele serlo el Evangelio.  La última parte, sobre la acogida del otro, y especialmente la acogida del mensajero de Cristo, es tranquilizadora y fácil de entender.  Sin embargo, la parte central del texto, que dice "Quien ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí" es más difícil de entender.  Es como si hubiera una competencia entre los dos amores.  Esto no concuerda con la imagen de Dios que suele darnos Jesús.

 

           Todo ello viene precedido de una primera parte en la que Jesús dice: "No penséis que he venido a traer la paz a la tierra... he venido a separar al hombre de su padre, a la hija de su madre... uno tendrá como enemigos a los de su propia casa".  Ciertamente tampoco es un texto fácil, pero el significado es claro.  El significado es que la paz que Jesús vino a traer al mundo no es "paz a cualquier precio".  No es la paz "como la puede dar el mundo".  No es la paz que consiste en el compromiso con el orden establecido, incluso cuando ese orden establecido está hecho de injusticia y opresión de los más débiles y los menos.  No es la paz anunciada por los falsos profetas que sólo quieren ser aceptados y honrados, sino la paz anunciada por los verdaderos profetas, una paz que es fruto de la restauración de un orden justo, y de la que encontramos ecos en el Magnificat: "Derriba a los poderosos de sus tronos, levanta a los humildes... colma de bienes a los hambrientos, despide a los ricos con las manos vacías". 

           Quien ha optado por servir a Dios y no a las riquezas -quien ha elegido vivir según los preceptos del Evangelio y aceptar todas las consecuencias- puede esperar que en determinadas circunstancias esta elección le enfrente a los que le rodean y, a veces, incluso a los más cercanos, incluidos sus padres o hijos.  Es entonces cuando entran en juego las palabras de Jesús: "Si alguien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí.  Aparte de esta situación de conflicto y de tener que elegir entre el Evangelio y lo que se le opone, es obvio que no puede haber oposición, ni siquiera tensión, entre el amor a Dios y el amor a los padres, ya que este último no es más que una expresión del primero.

           El Hijo de Dios se entregó por completo a su misión. Según la Carta a los Filipenses (cap. 2), no quiso "aferrarse" a su igualdad con Dios; se aniquiló - "se vació"- a sí mismo; renunció a todos sus derechos para hacerse uno de nosotros; y por eso el Padre lo exaltó...  Así es con nosotros, nos dice Jesús.  El que quiere conservar su vida, es decir, el que se aferra a su vida como una propiedad privada, y que está todo envuelto en sí mismo, en realidad ya ha perdido su vida, porque ya está vaciada de su sentido.  Pero quien acepta la cruz, quien acepta vivir los conflictos que surgen de la fidelidad al Evangelio, quien acepta conformar su vida al Evangelio aunque esto signifique elegir entre Jesús y los más cercanos, esta persona ya posee la vida en su plenitud -aunque, en algunos casos, esto pueda llevar a la muerte física.

           A los que le siguieron con este espíritu, a sus Apóstoles, Jesús les dio el cariñoso nombre de "pequeños".  De ellos habla cuando dice que quien dé un simple vaso de agua a "uno de estos pequeños" no perderá su recompensa.  Ese tendrá, dice Jesús, la recompensa de un profeta.  La expresión "la recompensa de un profeta" no significa la recompensa que corresponde a un profeta, sino la recompensa que se recibe de un profeta -un verdadero profeta como Eliseo- que, allá donde va, trae vida.  Así como "la recompensa del justo" significa la recompensa que se recibe de un justo.

           Este Evangelio es muy exigente.  Nos llama a la hospitalidad, a la acogida, sobre todo de los más pequeños, pero también a una hospitalidad "ordenada", en la que sepamos establecer un orden de importancia, y a elegir a Cristo siempre que las circunstancias o las personas nos obliguen a elegir entre Él y otra cosa, o Él y otras personas, aunque signifique la cruz, es decir, aunque signifique entrar en la plena posesión de la vida perdiéndola.

Armand Veilleux