Homilías de Dom Armand Veilleux en español.

5 de agosto de 2024 -- Lunes de la 18ª semana ordinaria del año par

Jer 28:1-17; Mt 14:13-21

HOMILÍA

Esta multiplicación de los panes, relatada en el Evangelio que acabamos de leer, es el único milagro de Jesús del que dan cuenta los cuatro evangelistas. Esto demuestra la importancia que los primeros cristianos le atribuían. Cada Evangelio quiere mostrar a Jesús, a su manera, como el nuevo Moisés, capaz de alimentar a su pueblo en la soledad y de guiarlo por el desierto, Mateo, en la versión de la historia que acabamos de escuchar, describe explícitamente a Jesús entrando en el desierto, rodeado de una multitud sin comida.

Dos aspectos de este relato merecen especialmente nuestra atención. Jesús no sólo se siente movido por la compasión hacia las multitudes pobres y hambrientas, sino que les da comida real, concreta y material. Su reino, como dijo repetidamente, no es de este mundo, pero se vive en este mundo. Él es el Pan de Vida; pero la vida humana normal, vivida aquí en la tierra, es una parte de esa vida eterna que vino a traer a la humanidad. El ser humano necesita alimento espiritual; pero también necesita, e incluso principalmente, una prioridad temporal, el alimento material. Esta es una parte integral de su mensaje.

  

          El segundo aspecto es el de compartir. Jesús pregunta a los Apóstoles qué comida tienen. Ellos responden: "cinco panes y dos peces". Les dice que compartan. Y había suficiente para todos. Es legítimo pensar que el verdadero milagro que ocurrió aquel día fue que todos los que habían traído algo lo compartieron de corazón con sus vecinos, y hubo mucha más comida de la que se necesitaba.

Traducido a un lenguaje moderno y en el contexto actual, puede decirse que los problemas de la pobreza y el hambre en el mundo son, en última instancia, problemas de justicia y distribución equitativa. La Madre Tierra podría alimentar a varios miles de millones de personas más, si los que tienen decidieran compartir con los que no tienen.

Ante los agónicos problemas del hambre en el mundo (con un 60% de la población mundial desnutrida, cientos de millones de personas con hambre crónica y decenas de miles de personas que mueren de hambre cada día), nos sentimos fácilmente impotentes. Jesús tiene una solución muy sencilla para estos problemas, que no requiere comisiones internacionales para estudiar la situación. Simplemente dice: "¿Cuánto tenéis? -- compártela, y habrá suficiente para todos". Y así sucedió.

Un gran doctor de la Iglesia, Juan Crisóstomo, expresó el vínculo entre la celebración litúrgica y la atención a los pobres de la manera más vívida: "Queréis honrar el Cuerpo de Cristo. No le desprecies cuando esté desnudo. No lo honres aquí en la Iglesia con ropas de seda, mientras lo dejas fuera en el frío y desnudo... Dios no necesita cálices de oro; quiere almas de oro. Alimenta primero a los pobres, y con lo que quede decorarás el altar".

         Estas fuertes palabras se considerarían hoy subversivas, si no fueran pronunciadas por un Padre de la Iglesia.

           Al reunirnos aquí para recibir el Pan de Vida, pidamos al Señor que abra los corazones de todos los cristianos a las dimensiones de su responsabilidad, para que todos los pueblos, y cada hombre y mujer de todos los pueblos, sean acogidos en la Fiesta de las Naciones.

Armand Veilleux  

4 de agosto de 2024 - 18º domingo "B

Ex 16:2...15; Ef 4:17-24; Jn 6:24-35

Homilía

            Existe una distinción, a veces sutil pero importante, entre fe y superstición. La superstición consiste en ver intervenciones extraordinarias y milagrosas de Dios en todo lo que no podemos explicar. La fe consiste en creer que Dios es nuestro padre, que es el dueño de todo y de todos, y que, por tanto, todas las manifestaciones de su creación son, en última instancia, manifestaciones de su amor.

1 de agosto de 2024 -- Jueves de la 17ª semana “B”

Jeremías 18:1-10; Mateo 13:47-53

Homilía

          En el Evangelio de hoy tenemos la conclusión de una larga enseñanza de Jesús sobre el Reino de los Cielos, en la que utilizó muchas imágenes para hacer comprender a sus discípulos diversos aspectos de ese Reino.

3 de agosto de 2024 -- Sábado de la 17ª semana "B”

Jer 26:11-16. 24; Mateo 14:1-12

Homilía

          Este Evangelio nos lleva a la presencia de dos hombres muy diferentes entre sí. El primero, Juan el Bautista, es un hombre libre, sin poder ni ambición y, por tanto, también sin miedo. El otro es un hombre con mucho poder en sus manos, esclavizado por sus cálculos y ambiciones y por ello constantemente desgarrado por el miedo.

Martes de la 17ª semana “B” --30 de julio de 2024

Jeremías 14,17-22; Mateo 13,35-43

Homilía

En la literatura monástica primitiva, sobre todo en la pachômienne, encontramos una concepción de la vida ascética que sin duda encuentra su inspiración en el Evangelio que acabamos de leer. Según esta visión, Dios sembró en nosotros todos los frutos del Espíritu en el momento de nuestro nacimiento. Nos creó a su imagen y semejanza y, según la bella figura del Libro del Génesis, puso en nosotros su propio Aliento de Vida. Pero el Enemigo o el Diablo está siempre al acecho para arrebatarnos estos frutos del Espíritu y sembrar en su lugar los frutos del mal. Los frutos del Espíritu son virtudes y los frutos del mal son vicios.

Viernes 2 de agosto de 2024 -- Viernes de la 17ª semana «B

Jer 26,1-9; Mt 13,54-58

Homilía

Alrededor de los treinta años, Jesús dejó su pueblo natal de Nazaret, en Galilea, para ir a Judea. La razón inmediata de ello no se da en el Evangelio. En cualquier caso, en aquella época, como siempre, había un movimiento de gente hacia Jerusalén, la capital, sobre todo desde el interior de Galilea. Jesús se encontraba en Jerusalén justo cuando toda Jerusalén descendía hacia el Jordán, en la región de Jericó, para ser bautizada por Juan. Él mismo fue bautizado y oyó la voz del Padre: «Tú eres mi hijo amado, en quien tengo complacencia». Entonces Juan dijo a sus discípulos: «He aquí el Cordero de Dios». Varios discípulos de Juan se unen a Jesús y éste llama a otros. Después de ayunar durante cuarenta días en el desierto, parte de nuevo hacia Galilea, donde predica y cura a los enfermos, primero en la gran ciudad de Cafarnaún. Finalmente, un día regresó a su pueblo y comenzó a enseñar en la sinagoga. Todo el mundo se sorprendió. Esta sorpresa mostraba claramente que, hasta entonces, nada en la vida de Jesús en Nazaret le había distinguido. Sin duda había celebrado fielmente todas las fiestas del año con sus padres y parientes. Sin duda también había acudido regularmente a la sinagoga local para escuchar las enseñanzas de los doctores de la Ley. Por eso, cuando empezó a predicar y a curar a los enfermos, la gente se preguntaba: «¿De dónde ha sacado esa sabiduría y esos milagros?

31 de julio de 2024 -- Miércoles de la 17ª semana «B

Jeremías 15:10 16-21; Mt 13:44-46

Homilía

Jeremías sólo existe para una cosa: la Palabra de Dios. Fue esta Palabra, cuando la escuchó por primera vez, la que le dio su misión de profeta. Desarrolló un gusto por ella hasta el punto de devorarla: «En cuanto encontré tus palabras, las devoré», dijo. En esta Palabra encontró no sólo su alimento, sino su alegría: « Tu palabra me alegró, me hizo profundamente feliz». El Padre ha pronunciado su nombre sobre él y lo ha consagrado a sí mismo: « Tu nombre ha sido proclamado sobre mí, Yahveh, Dios de los poderes». Como resultado, ya no puede buscar su alegría en los placeres ordinarios de la vida: « No buscaré mi alegría juntándome con los que se divierten».

De un modo menos dramático, sin duda, esto es algo así como la historia de la vocación de cada uno de nosotros. Un día escuchamos la llamada de Dios, la Palabra que nos llamó a todos y cada uno de nosotros por nuestro nombre. Nos consagró o nos apartó (que es el significado de la consagración monástica). A partir de ahora, aunque quisiéramos, ya no podemos encontrar nuestra felicidad en las cosas ordinarias de la vida. Podemos encontrar esta felicidad escuchando su palabra, haciendo de ella nuestro alimento diario.

Jeremías había recibido la misión no sólo de recibir la Palabra, sino de transmitirla a su pueblo. Esta Palabra le hizo entrar en conflicto con el pueblo, que le perseguía. Tuvo la tentación de huir de la Palabra y de su misión. A veces tenía la impresión de haber sido «utilizado» por Dios, si no engañado... Quiso huir de su misión. Dios le llama de nuevo y le promete ser su defensor contra todos los ataques, ser su roca y su fuerza.

En el Evangelio escuchamos la parábola de la perla que se perdió y se volvió a encontrar. Esta perla es tan hermosa que el mercader que la descubre va y vende todo lo que tiene para conseguirla. Sólo seremos verdaderamente felices en nuestra vocación (monástica) si vemos la Palabra de Dios dirigida a nosotros como una perla tan preciosa. Entonces, como el mercader del Evangelio, o como San Antonio de Egipto y tantos otros, venderemos todo lo demás, nos desharemos de todo, incluso de nosotros mismos, para poseer plenamente esta perla. Entonces, como Jeremías, nos resultará fácil soportar todas las pruebas que se nos presenten, y encontraremos en la Palabra de Dios la alegría inefable que nos permitirá correr con el corazón lleno, como dice san Benito, en nuestra vocación (monástica).

*** Hoy celebramos también la memoria de San Ignacio de Loyola.

Armand Veilleux