El 1 de octubre de 1999, en la apertura del Sínodo de los Obispos sobre Europa, el Papa Juan Pablo II nombró copatronas de Europa a tres mujeres: Catalina de Siena, Edith Stein y Brígida de Suecia. Esta última figura como "memoria" en el calendario de la Iglesia universal, pero se celebra como fiesta en Europa. Las tres son mujeres que han combinado una profunda relación personal con Dios en sus vidas con un importante papel en la sociedad y en la Iglesia.
María Magdalena es probablemente la mujer mencionada en los Evangelios de la que más se sabe (aunque no siempre está absolutamente claro de qué "María" hablan los evangelistas). Cuando lavó los pies de Jesús y les roció con perfume, Jesús dijo que dondequiera que se enseñara el Evangelio, se contaría lo que había hecho "en memoria de ella". Sin embargo, lo que San Juan más recuerda de María Magdalena, y que es objeto del texto evangélico que acabamos de leer, es que fue la primera testigo de la Resurrección de Jesús.
Leemos la Escritura a la luz de la interpretación que le ha dado toda la tradición cristiana que nos ha precedido, y esto es normal. Sin embargo, a veces es útil acercarse a un texto evangélico sin referencia a lecturas e interpretaciones anteriores, tratando de preguntarse qué pudo significar el texto para quienes lo leyeron primero, en la primera generación cristiana. Es un ejercicio que vale la pena hacer para el Evangelio de hoy.
El profeta Jonás fue enviado por Dios a los paganos de Nínive. Pero no quería la misión, así que huyó a Tarsis. Esta huida le conduce -y a sus compañeros de viaje- a una terrible tormenta. En medio de esta tormenta reconoce su pecado y acepta -incluso pide- ser arrojado al mar. Luego emprende un viaje de soledad, del que el vientre de la ballena es un símbolo, y finalmente emprende su misión de predicación. Sin embargo, sigue siendo inconcebible para él que una ciudad pagana se convierta, y no está contento con su conversión. Dios finalmente le hace comprender, a través de la imagen de la planta que crece en un día y muere con la misma rapidez, todo el amor misericordioso que tiene por la ciudad pagana de Nínive así como por el Pueblo de Israel.
Seguimos leyendo el capítulo 11 de Mateo, donde éste ha reagrupado varios dichos breves de Jesús. Algunas de estas palabras han sido colocadas en otros lugares por los otros evangelistas; y otras, como la que acabamos de leer, son exclusivas de Mateo. Sería inútil tratar de encontrar la situación precisa en la que estas palabras fueron pronunciadas por Jesús. Son pequeños textos o relatos aislados que circularon en la Iglesia primitiva antes de ser agrupados en nuestros Evangelios. Tienen valor y fuerza en sí mismos, independientemente de cualquier contexto.
En estos tiempos de "globalización" y "mundialización" -de una cierta globalización toda ella dominada por la economía- la brecha entre las naciones ricas y las pobres es cada vez mayor, al igual que la brecha entre ricos y pobres dentro de cada país.
El Evangelio que acabamos de leer (y que forma un todo con el que leeremos mañana) incluye algunos puntos de contacto con el Magnificat de la Virgen María, que son muy interesantes y sumamente reveladores.