22 de diciembre de 2025

1 Sam 1,24-38; Lucas 1, 46-56

 Homilía

         En estas últimas semanas de Adviento, el leccionario litúrgico suele establecer paralelismos entre personajes del Antiguo Testamento y otros del Nuevo Testamento. Hace unos días tuvimos el paralelismo entre Jesús, que inaugura la Nueva Alianza, y Juan Bautista, último representante de la Antigua Alianza y, en cierto modo, puente entre ambas Alianzas.

          Las lecturas de hoy nos presentan a dos mujeres, dos madres, cada una con su canto de acción de gracias.

          La primera lectura nos presenta a Ana, esposa del sacerdote Elqana, que era estéril y de edad avanzada y que, después de invocar al Señor con lágrimas y oraciones, finalmente dio a luz a un hijo, al que llamó Samuel y que ofreció al Señor. Acompaña su ofrenda y su sacrificio con un cántico que hemos cantado después de la primera lectura y cuyos acentos y contenido se recogen en gran medida en el Magnificat de María.

          Podría ser una hermosa oración, para cada uno de nosotros, en este día, e incluso durante todo el tiempo de Navidad, hacer nuestro este Magnificat, insertando en él todo aquello por lo que tenemos que dar gracias al Señor más personalmente.

          Pero, evidentemente, lo que ante todo debemos agradecer al Señor es que nos haya dado a su propio Hijo. Este será el tema de la liturgia durante esta última semana de Adviento y durante todo el tiempo de Navidad. Como lo es, por otra parte, el tema de todas nuestras celebraciones eucarísticas.

Armand Veilleux