29 de abril de 2023 -- Fiesta de Catalina de Siena

1 Jn 1,5-2,2 ; Lc 10,38-42

Homilía

Los místicos cristianos pueden, en cierto modo, dividirse en dos categorías o dos familias. Están los místicos de la luz y los místicos de la oscuridad. Los primeros son los que están fascinados por todo lo que podemos conocer y experimentar de Dios, y todo lo que podemos decir de Dios. Los segundos son los que están fascinados, casi obsesionados, por el hecho de que Dios es más grande y está más allá de cualquier cosa que podamos conocer, sentir, decir sobre Él. Hay grandes místicos en ambas categorías

San Juan, o, si se prefiere, el autor de la primera Carta de Juan, pertenecía ciertamente a la primera categoría. "Este es el mensaje que hemos oído de él y que os anunciamos: Dios es la luz y en él no hay oscuridad alguna". A Juan le gusta hablar de "lo que era en el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos mirado y tocado con nuestras manos... la Palabra de vida que se ha hecho visible". Juan no niega la existencia de las tinieblas; pero esas tinieblas no están en Dios; están en nosotros. Es la oscuridad de nuestros pecados. Si reconocemos nuestros pecados, la luz de Dios puede penetrar en nosotros, liberarnos de nuestras tinieblas y hacernos brillar con la luz de Dios. Si no reconocemos nuestros pecados, permanecemos en la oscuridad.

No soy en absoluto un experto en Catalina de Siena. Pero lo poco que sé de ella me convence de que, como Juan, pertenecía a los místicos de la luz. No sólo fue una gran contemplativa que veía la luz de Dios en sus momentos de contemplación, sino también alguien que siempre se preocupó por arrojar esta luz sobre todas las situaciones eclesiásticas, sociales y políticas de su tiempo.  

Los místicos de las tinieblas pueden tener una influencia duradera por la profundidad de sus escritos, cuyo significado nunca termina de ser comprendido por sus lectores, generación tras generación. Los místicos de la luz suelen tener una comunidad de seguidores que se reúnen a su alrededor durante su vida. Este fue el caso de Catalina. Comenzó a tener una comunidad, o más bien una "familia", como se llamaba a sí misma, formada por hombres y mujeres, laicos y clérigos, que se reunían en torno a ella y la llamaban "madre", cuando todavía tenía sólo 21 años, como San Bernardo, cuyos escritos leyó, que había llegado a Cîteaux con un grupo de 30 discípulos, todos mucho mayores que él, cuando sólo tenía 22 años, o el gran Orígenes, que fue puesto al frente de la escuela catequética de Alejandría a los 18 años. Parece que la gente maduraba un poco más rápido en aquellos días que hoy...

Los místicos, como Catalina, no se limitan a vender todo para comprar el campo donde saben que se esconde un tesoro o la perla preciosa que anhelan. Nunca dejan de arar el campo, porque saben que el verdadero tesoro estará en la cosecha después de que la tierra haya sido limpiada, desherbada, labrada y regada a fondo. Nunca dejan de buscar una perla más preciosa, porque saben que se enriquecerán no con la única perla que encuentren, sino con la búsqueda.

Pidamos a Catalina que nos obtenga la gracia de ser buscadores incansables de la luz y de saber compartir esa luz con el mundo, para que todas las tinieblas que residen en nuestros pecados y en los del mundo sean penetradas y eliminadas por esa luz.

Armand Veilleux