3 de diciembre de 2023 - I Domingo de Adviento "B”

Is 63,16...64,7; 1 Cor 1,3-9; Mc 13,33-37

Homilía

          Durante el año litúrgico que comienza hoy, con este primer domingo de Adviento, es el evangelista Marcos quien nos acompañará y guiará. En el capítulo 11 de este Evangelio, Jesús hace su entrada solemne en Jerusalén, poco antes de su Pasión. Se dirige directamente al Templo, donde sucederán muchas cosas. Lo primero que hace es expulsar del Templo a los vendedores de todo lo necesario para los sacrificios de la Antigua Alianza, mostrando así que se ha pasado una página. Después de discutir con los Fariseos y los Escribas y de enseñar mucho, sale del Templo. Esta salida está llena de simbolismo. Fue entonces cuando sus discípulos le señalaron la belleza del Templo: "¡Maestro, mira! ¡Qué piedras! ¡Qué edificios! Entonces Jesús les dijo que todo esto sería destruido. Así que se fue con sus discípulos al Monte de los Olivos, frente al Templo. Y fue allí, después de muchas otras enseñanzas, donde les dio las recomendaciones que acabamos de escuchar en el breve texto que acabo de leer.

          “Tened cuidado", les dijo, "manteneos despiertos". Luego les contó la parábola del hombre que se fue de viaje, dejando una tarea a cada uno de sus criados y pidiendo al portero que vigilara. Si tienes que permanecer despierto, es porque es de noche. Y esta invitación a "velar" se dirige a cada uno de nosotros. Se dirige tanto a la Sociedad y a la Iglesia de hoy como a las de ayer y a las de todos los tiempos.

          Como ocurre siempre en el leccionario litúrgico, la primera lectura ha sido elegida para iluminar el texto evangélico y ofrecer una especie de comentario. El poema que hemos leído del profeta Isaías fue escrito en el período posterior al exilio de Babilonia. Entonces fue posible que el pueblo se reuniera: los que habían permanecido en Israel y los que habían sido desterrados. Estos últimos eran libres de regresar, pero siempre bajo la tutela de los Persas. El pueblo se sentía abandonado por Dios, que ya no correspondía a la imagen que se habían formado de Él. Isaías se dirige a Dios como Padre. Le suplica: "¡Oh, si rasgaras los cielos y bajaras!” Los cielos que nos invita a rasgar no son los cielos donde vive Dios. Es la membrana de seguridad que los humanos han construido entre ellos y Dios, que los mantiene en una burbuja, separados de Dios. Esta burbuja debe estallar. Es en esta burbuja donde siempre está oscuro.

          ¿Cómo podemos aplicar este mensaje de Jesús a nuestra situación actual? ¿Cómo podemos aplicarlo a la Iglesia y a la sociedad de hoy? Colectiva e individualmente, nos hemos formado muchas imágenes de Dios y muchas instituciones que nos convencen de su presencia y a veces nos la hacen sentir. Muchas de estas imágenes e instituciones han desaparecido de nuestro entorno social, eclesial e incluso familiar. Muchos comportamientos religiosos ya no existen. La membrana de seguridad que nos separaba de la crisis ecológica se ha roto. Todos estamos amenazados por una crisis humanitaria que no cesa. En nuestras burbujas, un tanto protectoras, se hace de noche. Pero la sed de Dios, que es una dimensión esencial de nuestra naturaleza humana, siempre está ahí, la sintamos o no. Por eso podemos hacer nuestro el grito dirigido a Dios por el profeta y poeta Isaías: "¡Oh, si rompieras los cielos y bajaras!".

          La parábola que Jesús cuenta a sus discípulos también se aplica a nosotros. Experimentamos a Dios como ausente. Se ha ido y está la oscuridad. Hay tantas cosas que pueden adormecernos. La recomendación no es sólo permanecer despiertos y hacer todas las tareas que nos ha dejado, empezando por construir un mundo mejor donde todos puedan vivir de verdad, sino también "velar", estar vigilantes, para no perdernos la gracia y la alegría de su presencia cuando vuelva. Y será de noche, en nuestra noche, cuando regrese; no en un soleado paraíso creado por nuestros sueños.

          Y, paradójicamente, el hoy de Dios es esta noche en la que vivimos constantemente y en la que debemos estar siempre despiertos y a la espera.

          Basta con mirar las primeras páginas de los periódicos para comprobar que nuestro mundo se hunde en una nueva noche: ¡Tanta violencia demencial! ¡Tanta destrucción de vidas humanas y de realizaciones humanas! Tanta carrera por el poder y el dinero, con desprecio de los pequeños y de los pobres. El cielo que debemos pedir a Dios que rasgue, ¡es la membrana de esta burbuja de desgracia! Es también la membrana del aislamiento y del egoísmo en la que tal vez hemos intentado proteger nuestro corazón y nuestra vida individual. - ¡Ah, si rasgaras los cielos, si bajaras!

El Tiempo del Adviento que hoy iniciamos es una invitación a dejar brotar la sed de Dios en cada uno de nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestra Sociedad, en la Iglesia. Una sed que no debe ser una espera dichosa, sino un compromiso para cumplir todas las tareas que nos deja el Dios que parece habernos dejado, pero que vuelve a nosotros una y otra vez si estamos dispuestos a recibirle. No sabemos ni el día ni la hora; y es bueno que así sea.

Armand Veilleux