Homilía del XIº Domingo del Tiempo Ordinario "A"

18 de junio de 2023

Éxodo 19, 2-6; Romanos 5, 6-11; Mateo 9, 36-10, 8

HOMILÍA

          El relato que leemos en la primera lectura tiene lugar apenas tres meses después de que el pueblo de Israel saliera de Egipto y llegara frente al Sinaí, donde iba a tener lugar el encuentro entre Moisés y Dios.  Moisés se dispuso a subir a Dios, y Dios lo llamó desde lo alto de la montaña. Pero el mensaje que recibió no era sólo para Moisés; era para todo el pueblo con el que Dios quería establecer una alianza y al que confiaba una misión colectiva: "Seréis para mí un reino de sacerdotes, una nación santa". 

          Cuarenta años más tarde, poco antes de entrar en la Tierra Prometida, Moisés, que sabía que su muerte era inminente, suplicó a Dios que le diera un sucesor "para que el pueblo no fuera como ovejas sin pastor" (Núm 27,17). Esta misma expresión la utiliza Mateo al comienzo del Evangelio de hoy, cuando dice que Jesús envía a sus discípulos a las multitudes por compasión hacia ellas, "cansadas y abatidas, como ovejas sin pastor". Entre estos dos textos se evoca toda la vida de Moisés, que arroja una luz muy viva tanto sobre la misión de Jesús como sobre la de su Iglesia.

          Los rabinos de la época de Jesús se rodeaban de unos pocos discípulos, con los que vivían en una escuela o en las afueras de una ciudad.  Jesús eligió un estilo completamente distinto.  Era un rabino itinerante que no esperaba a que los discípulos acudieran a él, sino que salía a su encuentro.  No enseñaba a sus discípulos con largos discursos, sino que simplemente los involucraba en sus viajes misioneros y los enviaba también en misión.  No siguió las huellas de los sacerdotes de su tiempo (preocupados por los sacrificios y el dinero del pueblo) y menos aún las de los fariseos (una élite orgullosa), sino las de los grandes profetas y, más allá de ellos, las del propio Moisés.  

          El evangelista Mateo no describe la institución de los Doce.  En su Evangelio, en lugar de esta institución están las "bienaventuranzas" en las que Jesús establece la Ley de la Nueva Alianza y por las que, en consecuencia, funda su Iglesia, el nuevo Israel.  El texto habla primero de los "doce discípulos", que se mencionan aquí por primera vez y que representan al Pueblo de Israel en su conjunto, formado por doce tribus.  A este pueblo, representado por los doce, le da el poder de hacer todo lo que él mismo hizo: expulsar a los espíritus malignos y curar de toda enfermedad y dolencia. A continuación, el texto llama apóstoles a estos doce discípulos. La misión de la que hablamos aquí es una misión confiada a todo su nuevo pueblo, a su Iglesia, a todos nosotros.  Todos estamos llamados a compartir su compasión.

          Estos doce discípulos -o doce apóstoles- que Jesús eligió para enviar en su misión son un grupo tan variopinto como se pueda imaginar.  Primero está Simón, llamado Pedro, su hermano Andrés, luego Santiago y su hermano Juan. De otros siete no sabemos casi nada (si excluimos lo que cuentan los Evangelios apócrifos u otros relatos tardíos del mismo tipo). Y la lista termina con el que va a entregarlo.  

Si hubiéramos estado en el lugar de Jesús, sin duda habríamos elegido colaboradores mejor preparados y nos habríamos asegurado de que tuvieran todo lo necesario para llevar a cabo una tarea tan difícil como expulsar a los espíritus malignos.  Jesús eligió un grupo variopinto, nos eligió a todos nosotros, sabiendo muy bien que, como Moisés con su pueblo, tendría grandes dificultades para hacer comprender a sus discípulos inmediatos -y más aún a todos nosotros- el sentido de su misión, que hunde sus raíces en la compasión por los que sufren y carecen de dirección.

          Conocemos nuestros límites y nuestras debilidades; y la misión que se nos ha confiado es más grande que nosotros.  Aquel que nos la confió está siempre ahí para consolarnos y alimentarnos, como hará en esta Eucaristía.

          Y no olvidemos la última frasecita de nuestro Evangelio, que nos recuerda que todo lo que somos y hemos recibido, lo hemos recibido gratuitamente.  Por tanto, es gratuitamente como debemos cumplir nuestra misión de cristianos, sabiendo que esta vocación al Evangelio no es un privilegio que debamos conservar, sino una gracia que hay que compartir.

Armand VEILLEUX