10 de julio de 2022 - 15º domingo ordinario "C

Dt 30:10-14; Col 1:15-20; Lc 10:25-37

Homilía

          La primera lectura que escuchamos fue del libro del Deuteronomio, que de todos los libros del Antiguo Testamento es el más legal.  Sin embargo, el mensaje que escuchamos fue una maravillosa introducción a la enseñanza del Evangelio.  Nos dijo que la ley de Dios no puede reducirse a un conjunto de reglamentos, sino que es una ley de amor, escrita en nuestros corazones.  Si escuchamos esta ley del amor que Dios ha escrito en nuestros corazones, todos los demás preceptos del Evangelio o de la Iglesia cobrarán su verdadero sentido.  Si no lo hacemos, seguirán siendo un montón de textos muertos.

La historia tan vívida que acabamos de leer del Evangelio de Lucas comenzó con una importante pregunta que le hizo un doctor de la Ley. Fue una muy buena pregunta, personal y práctica.  Porque no dijo en abstracto: "¿Cuál es el mayor mandamiento?", sino: "¿Qué debo hacer?".  Jesús le dijo: "Tú eres un doctor de la Ley; debes saber esto.  ¿Qué lees en tu Ley?"  Y el hombre da la respuesta correcta: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo.  Muy bien, dice Jesús.  Haz esto y tendrás la vida eterna.  El doctor siente que el diálogo ha terminado de forma demasiado abrupta y hace otra pregunta: "Pero entonces... ¿quién es mi vecino?"

         

          A esta segunda pregunta, Jesús responderá con una parábola.  Y es importante recordar que toda la parábola que sigue es una respuesta a esta pregunta: "¿Quién es mi prójimo?"; porque, cuando haya terminado de contar la parábola, Jesús volverá precisamente a esta pregunta: "¿Quién crees que era el prójimo del hombre que cayó víctima de los ladrones?"  Con esta pregunta, Jesús obligará al doctor a identificarse con el hombre que cayó en la zanja, bajo los golpes de los ladrones.  (Recordemos que la técnica de la parábola como forma de enseñanza consistía en conseguir que los oyentes se identificaran con uno de los personajes de la historia).

          Veamos de nuevo la estructura de la historia. El doctor había dicho: "¿Quién es mi prójimo?" y Jesús reformula la misma pregunta al final: "¿Quién era el prójimo del hombre que fue golpeado?"  El doctor sólo puede responder: "Su vecino fue quien le mostró compasión".  Si tenemos todo esto en cuenta nos daremos cuenta de que cuando Jesús dice: "Ve y haz lo mismo", el significado inmediato no es "Ve y sé un buen samaritano", sino más bien: "Como el hombre que cayó en manos de los ladrones, tú también debes aceptar que incluso un samaritano es tu prójimo.

          Jesús nos pide que trascendamos -por medio del amor- todas las divisiones que hacemos entre nosotros.  Trasladada al mundo actual, la división entre Samaritanos y Judíos sería la división entre pobres y ricos, entre países desarrollados y subdesarrollados, entre capitalistas y comunistas, entre defensores de la globalización y víctimas de la misma, entre negros y blancos, entre conservadores y progresistas, entre ciudadanos y residentes ilegales, etc. etc.

          Para nosotros, el que está al otro lado suele ser el que está equivocado.  Jesús nos invita a reconocer la presencia de la compasión en esa persona y a aceptar que nos ayude.  El samaritano de esta parábola está de viaje.  En cuanto al sacerdote y al levita, están en casa y, por tanto, tienen mucho que hacer.  No tienen tiempo para ayudar.  También tienen todo lo que necesitan.  Son autosuficientes y no reconocen a su vecino.  Pero el Samaritano está de viaje.  Está fuera de su entorno normal.  Ha venido a una tierra extranjera en busca de algo.  El camino de Jerusalén a Jericó era muy peligroso, especialmente para un Samaritano.  Era una persona pobre, una persona que conocía el desprecio, el peligro, el miedo.  Así que podría estar abierto a la compasión.

          Si trasladamos todo esto al mundo actual, ¿quién es la persona que cayó en la zanja, bajo el ataque de los ladrones?  Es la persona que dejó Jerusalén para bajar a Jericó: la persona que dejó la seguridad de la ciudad santa, con su comodidad y sus certezas, para buscar algo más, en dirección a lo desconocido, como Abraham.  Es, por ejemplo, la persona que busca otros modelos de vida social, política, económica o religiosa.  Es la persona que ha abandonado el sistema o ha sido expulsada por el mismo.  Al haber abandonado el camino trillado por las multitudes, esa persona es vulnerable, más propensa que otras a cometer errores, incluso graves.  Puede acabar fácilmente en la cuneta, lo que puede ser su salvación.  Estas personas se encuentran en todas partes, especialmente en las cárceles o en los lugares de mala reputación.  Dondequiera que estén, serán fácilmente ignorados por los levitas y los sacerdotes, salvo para que les enseñen buena conducta.  Esperemos que un día se encuentren con un Samaritano.

El Samaritano del mundo actual es la persona que ha abandonado la seguridad y la comodidad de su pequeño mundo y quiere aprender de los demás nuevas formas de pensar y de vivir.  Estando él mismo en una situación constante de inseguridad - elegida o al menos aceptada - puede tener compasión por los caídos.  Sólo si emprendemos ese camino, como hizo Cristo, podremos ayudar a nuestros hermanos, no por cumplir una ley, ni por ganar méritos en el cielo, ni por el placer de ser buenos y generosos, sino simplemente porque nos "moverá la compasión".

Como conclusión práctica: sería demasiado fácil resolverse a ser buenos Samaritanos con los que nos rodean.  En cambio, escuchemos la primera lección de la parábola de Jesús.  Aceptemos la evidencia de que todos, de diferentes maneras, hemos caído en la zanja.  Nuestro primer reto es aceptar que nuestro prójimo, el que nos ayudará, será aquel que tendemos a considerar indigno: aquello por cuya conversión solemos rezar.

Armand VEILLEUX