Martes, 3 de mayo de 2022 - Fiesta de los Santos Felipe y Santiago, Apóstoles

Homilía

            Hoy celebramos a dos Apóstoles, muy diferentes entre sí.  El primero es Felipe.  Fue uno de los primeros discípulos llamados por Jesús después de su bautismo.  Al igual que Pedro, era de Betsaida en Galilea.  Cuando Jesús se encontró con él, simplemente le dijo: "Sígueme"; y así lo hizo.  En términos de caracterización, parece que era bastante "primitivo".  Casi siempre es el primero en reaccionar cuando Jesús dice algo.  Por ejemplo, cuando Jesús dice a los discípulos que den de comer a la multitud, Felipe, que es un pensador rápido, reacciona diciendo: "El equivalente a seis meses de salario no bastaría para comprar pan para tanta gente..."  Poco antes de la Pasión, cuando Jesús dice que va al Padre, Felipe responde: "Muéstranos al Padre, y eso nos basta".  A cada una de sus reacciones, Jesús responde con una nueva luz.  

            El apóstol Santiago que celebramos hoy no es Santiago, el hermano del Señor, que fue asesinado al principio de la persecución de Herodes, incluso antes de que Pedro fuera encarcelado por primera vez.  Era el otro Santiago, el que era el jefe de la iglesia de Jerusalén desde el principio.  Fue reconocido como una gran autoridad en la Iglesia primitiva.  Cuando Pedro fue liberado de la cárcel por un ángel, llamó a la puerta de la casa de María, donde había muchos reunidos, y les pidió que informaran a Santiago.  La primera lectura de hoy nos muestra cómo, cuando Bernabé y Pablo llegaron a Jerusalén para informar de cómo los gentiles habían recibido el Evangelio, se celebró el primer Concilio de Jerusalén.  Después de que Pedro hablara con autoridad, fue Santiago quien tomó la decisión final: "He llegado a la conclusión de que..." Así que esta es la autoridad más importante en la iglesia primitiva de Jerusalén.

            Sería difícil encontrar un grupo de personas tan diferentes entre sí como los Doce Apóstoles.  Hubo tensiones entre ellos, tanto antes como después de la muerte de Jesús.  Y sin embargo, permanecieron juntos en el amor de Dios y establecieron la Iglesia.  Y este es un modelo para todas las comunidades. Una comunidad monástica, por ejemplo, es una reunión de personas que probablemente nunca habrían elegido vivir juntas si el Espíritu no las hubiera llamado.  Es siempre en este Espíritu donde debemos buscar nuestra unidad, sabiendo que el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu puede obrar milagros.  La unidad que nos aporta no es la negación de nuestras diferencias, sino, por el contrario, el respeto de todas ellas y su utilización para constituir un mosaico tan rico y bello como diverso.

Armand VEILLEUX