26 de abril de 2022 - Martes de la 2ª semana de Pascua

Homilía

          Desde ayer, el leccionario está leyendo el relato del encuentro de Jesús con Nicodemo, y en los próximos días escucharemos el resto. (De hecho, ayer no tuvimos el comienzo de la historia, ya que tuvimos la fiesta de San Marcos). Esto demuestra la importancia de esta historia en este tiempo de Pascua.

          El relato de los Hechos de los Apóstoles, que tenemos como primera lectura a lo largo de esta semana, nos muestra a este pequeño grupo de Apóstoles y Discípulos de Jesús, que, al estar llenos del Espíritu Santo que les comunicó Jesús tras su Resurrección, pasaron de repente de una fe tan ambigua como la de Nicodemo a una fe valiente y total.  En la lectura de hoy les vemos poner todo en común con cierto entusiasmo. El resto de la historia nos mostrará que no siempre fue tan fácil y tan absoluto.

          Poco antes de la muerte de Jesús, cuando ya había anunciado su pasión, los Apóstoles seguían discutiendo entre ellos quién tendría el primer puesto en su reino, quién sería primer ministro, ministro de finanzas, ministro de esto o de aquello (abad, prior, celador...).  Todos seguían concentrados en sus deseos individuales.  Eran un grupo de individuos que seguían a Jesús con una fe real, pero una fe todavía ambigua.  Querían entregarse a Jesús, pero sin perderse.  Buscaban honores e intereses personales.  Ahora, transformados por el Espíritu, se han convertido en una verdadera comunidad, una verdadera Iglesia.  No tienen miedo de darlo todo, de arriesgarlo todo por el nombre de Jesús. Después de ser puestos en prisión por predicar el nombre de Jesús, comenzarán a predicarlo de nuevo tan pronto como sean liberados misteriosamente de la prisión durante la noche.

          En este tiempo de Pascua, en el que hemos renovado la expresión de nuestra fe en Cristo renovando nuestros compromisos bautismales, pidamos a Jesús que nos llene de su Espíritu, para hacer de cada una de nuestras comunidades lugares en los que, según las palabras de San Pablo, recogidas por Benito en su Regla, cada uno no busque lo que le es favorable y agradable a sí mismo, sino el bien de los demás y de todos. Por eso, pidamos para cada uno de nosotros y para todos los miembros de nuestras comunidades una fe en Jesús pura e indivisa.

         

         

Armand Veilleux