4 de septiembre de 2021 -- Sábado de la 22ª semana del tiempo ordinario

Col 1:21-23; Lc 6:1-5

Homilía

           Como en muchos otros casos, es de nuevo hoy la última frase de la lectura del Evangelio la que da sentido al texto que hemos leído: "El Hijo del Hombre es el Señor del sábado".  Con estas palabras, Jesús nos revela el sentido último de la ley, de toda ley. 

 

           La ley en sí misma no tiene autoridad; no está ahí para ejercer la tiranía sobre nadie.  Más bien, es simplemente un instrumento en manos de Jesús, el Hijo del Hombre, que es el maestro de la ley.  Está ahí para mostrarnos el camino para que podamos volver rápidamente al Padre, no para poner obstáculos en el camino.  Esto es cierto para todo derecho, incluido el derecho eclesiástico y nuestras Reglas monásticas. 

           San Benito, al principio de su Regla, dice que la escribió para todo aquel que, habiéndose alejado de Dios por la desobediencia, quiere volver a Él por el camino de la obediencia; y describe en su Prólogo cómo el que camina fielmente por el camino de los mandamientos del Señor llegará a un punto en que ya no caminará penosamente, sino que correrá, con el corazón dilatado por el amor, por el camino de los mandamientos.

           Es el mismo mensaje que Pablo dirige a los Colosenses en la primera lectura de hoy: "En otro tiempo erais extraños a Dios... y ahora Dios os ha reconciliado consigo mismo por la muerte de Cristo, para llevaros a su presencia, santos, irreprochables y sin mancha".  Pero para ello, añade Pablo, debemos, por la fe, permanecer firmes en nuestra fidelidad al Evangelio.  Y estas palabras de Pablo nos devuelven al sentido de toda ley: no una receta para la salvación, como pensaban los fariseos, sino una luz en el camino de la fidelidad al Evangelio, en la fe.

Armand VEILLEUX