28 de julio de 2021 -- Miércoles de la 17ª semana

Éxodo 34:29-35; Mateo 13:44-46

Homilía

          Al principio del Estatuto de la Formación promulgado por nuestra Orden hace unos años, hay una cita de la 2ª carta de Pablo a los Corintios: "llamados a ser transformados en la imagen de Cristo" (3, 18).  Estas pocas palabras expresan bien, de hecho, no sólo el objetivo de la formación monástica, sino el objetivo mismo de la vida monástica, que es llegar gradualmente a esta transformación radical de nuestro ser.  Y San Pablo, en este pasaje de su segunda carta a los Corintios, hace la comparación entre este encuentro con Dios y el experimentado por Moisés, descrito en la primera lectura.  La gloria de Dios que se reflejaba en el rostro de Moisés, de modo que el pueblo tenía miedo de mirarlo, era sólo una tenue imagen del misterio que estamos llamados a contemplar con nuestros propios ojos.  Porque contemplamos la gloria del Señor como en un espejo, nos transformamos en esa misma imagen.

          Si nos acercamos a Dios en la oración contemplativa, y si antes de entrar en la Tienda del Encuentro nos cuidamos de quitarnos del rostro todos los velos y máscaras que utilizamos para protegernos de los demás, y si nos acercamos a Dios con toda nuestra vulnerabilidad, su imagen se grabará en nosotros por el fuego del Espíritu y nos pareceremos cada vez más a él.

          Este encuentro contemplativo con Dios es el tesoro encontrado en un campo que se ha vuelto tan precioso para nosotros que estamos dispuestos a a vender todo para conseguirlo - o la perla que estamos dispuestos a comprar, incluso a costa de todo lo que es nuestro.  Estas dos imágenes del Reino de Dios dadas por Jesús en el Evangelio de hoy dan sentido a nuestra ascesis monástica.  Sólo tiene sentido si nos prepara para este descubrimiento y "compra".  Si lo vivimos con autenticidad, nos liberará gradualmente de todas nuestras necesidades para dejar que crezca en nosotros la flor del deseo, ese deseo que es la aspiración al excedente del ser que es la plena realización de la imagen según la cual fuimos creados, el pleno crecimiento de la semilla de la vida divina puesta en nosotros el día de la creación.

          Cada vez que encontremos difícil o exigente cualquier aspecto de nuestra ascesis monástica, pensemos en el tesoro escondido en el campo o en la perla preciosa encontrada -- pensemos en la imagen de su Hijo que el Padre quiere grabar en nosotros, y entonces no dudaremos en descartar alegremente todo lo que no sea ese tesoro.