5 de julio de 2021 - Lunes de la 14ª semana (año par)

Génesis 28:10-22a; Mateo 9:18-26

H o m e l i a

            El relato evangélico (que tenemos hoy en la versión de Mateo y que tuvimos el 13º domingo en la versión de Marcos) está muy bien construido.  Casi todos los detalles están cargados de significado simbólico; y ciertamente no percibiremos todo el mensaje si lo leemos simplemente como una hermosa "historia".  La historia sólo está ahí para apoyar el mensaje; y ese mensaje es sobre la vida y su restauración.

 

            No es por casualidad que tengamos aquí dos historias en una; y no hay ninguna razón de peso para pensar que los dos acontecimientos ocurrieron al mismo tiempo y en el mismo día.  Las dos historias se unen porque tienen mucho en común y transmiten el mismo mensaje.  Cada uno es sobre una mujer.  Obviamente, la mujer tiene una relación muy especial con la vida.   Da vida a su hijo después de cuidar de esta nueva vida en su vientre durante nueve meses, y sigue cuidando de él mucho después del nacimiento.  En la cultura semítica, dar vida era el más alto honor, así como el deber más importante para una mujer.  Y, por supuesto, toda mujer judía tenía la secreta esperanza de ser la madre del Mesías.

            Las dos mujeres de nuestro evangelio tienen en común que fueron privadas de la oportunidad de cumplir con este deber y recibir este honor - la primera debido a su muerte en la infancia. Mateo no menciona su edad; pero, según Marcos, tenía doce años -la edad de la pubertad legal y la edad en la que la muchacha judía era normalmente entregada en matrimonio (no era, por tanto, una "niña", sino una joven núbil)-, la segunda por el tipo de enfermedad que la hacía impura según la Ley, y que, por tanto, excluía para ella todo contacto con los hombres y la privaba de la posibilidad de ser madre.

            Ambas son devueltas por Jesús a la plenitud de la vida, a su plena feminidad, y son así devueltas a su papel de potenciales dadoras de vida.  Al curarlas, Jesús se revela como el dador de la vida.  El título más antiguo de Cristo en la Iglesia siria era "el dador de vida".  Cuando Jesús, al final del relato, ordena a la joven que coma, se revela también como el que alimenta la vida.  Él es quien da y restaura no sólo la vida "espiritual", sino la vida "humana", una vida que es a la vez física, psíquica y espiritual.

            Al hacerlo, Jesús nos recuerda la belleza y el valor de la vida, de toda la vida.  Todos nosotros, jóvenes o mayores, casados o solteros, estamos llamados, siguiendo el ejemplo de Cristo y cada uno a nuestra manera, a dar vida, a alimentarla y, cuando sea necesario, a restaurarla.

            Y es porque creemos en esta misión recibida de Cristo, en quien compartimos la misma fe, que queremos, también esta mañana, recibir juntos el Pan de Vida. Dejémonos llevar al desierto y, a lo largo de este día, escuchemos a Jesús que habla a cada uno de nuestros corazones.