27 de noviembre de 2025 – Jueves de la 34ª semana impar
Daniel 6, 12-28; Lucas 21, 20-28
Homilía
Continuamos con nuestra lectura del Libro de Daniel. Ayer vimos cómo Daniel interpretaba para el rey Darío las palabras milagrosamente escritas en la pared del comedor de su palacio. Hoy vemos a Daniel víctima de la envidia de algunos y arrojado al foso de los leones, del que sale milagrosamente protegido. Sin embargo, la escena termina con una matanza. El rey Darío, después de sacar a Daniel del foso de los leones, hace arrojar allí a sus acusadores con sus mujeres e hijos. Estamos bastante lejos de la moral evangélica y del respeto a los inocentes, por no hablar del respeto a la vida humana en general. Hay que interpretar este relato como parte de una larga historia en la que el pueblo de Israel experimenta a un Dios cercano, que participa en su vida, en sus luchas, en sus derrotas y en sus victorias. Habrá que esperar al Nuevo Testamento para tener la revelación de un Dios de amor y justicia.
En cuanto a la revelación del «fin de los tiempos» de la que habla Jesús en su gran discurso escatológico, ahora podemos tomar en su conjunto el resto de su discurso.
El «fin de los tiempos» para Jesús, sobre todo si tomamos el conjunto de sus profecías al respecto en los tres evangelios sinópticos, no significa un momento en el que el universo creado será destruido y dejará de existir. Esta expresión significa más bien la meta, el fin último al que tiende todo el curso de la historia. Significa la culminación definitiva del universo tal y como lo concibió el creador, y no su destrucción. Habrá guerras, pero eso no será el fin. Habrá terremotos y cataclismos naturales, pero eso no será el fin. Habrá persecuciones, pero eso tampoco será el fin. Finalmente, el Evangelio será anunciado a todas las naciones y el Hijo del Hombre aparecerá en todo su poder y gloria. Entonces se alcanzará el fin, el objetivo último de la creación. Los hombres podrán levantar la cabeza porque habrá llegado su liberación.
Todas las grandes narraciones apocalípticas tienden no hacia la destrucción, sino hacia la plena realización del movimiento de retorno del universo creado hacia Dios, de cuyas manos salió.
Alegrémonos, acallemos todos nuestros miedos y vivamos no esperando la destrucción del mundo, sino esperando su plena realización, tanto de cada uno de nosotros como de toda la creación. Dios nunca destruirá lo que ha creado por amor, sino que lo transformará haciendo crecer en plenitud la semilla de vida divina que ha depositado en él.
- Memoria de San Máximo de Riez
