9 de septiembre de 2025; martes, semana 23

Col 2, 6-15 ; Lc 6, 12-19

HOMILÍA

          «Si queréis orar, dijo Jesús a sus discípulos, entrad en vuestra celda, cerrad la puerta y orad a vuestro Padre en secreto».

          Jesús mismo solía hacer algo muy parecido. A menudo iba a la montaña, especialmente durante la noche, para orar a su Padre en secreto. Y si examinamos todos los casos en el Evangelio en los que lo hace, veremos que casi siempre es antes de tomar una decisión importante. Tenemos un ejemplo en el Evangelio de hoy. Antes de elegir a sus doce apóstoles, Jesús pasa toda una noche en oración en la montaña.

          Esto nos recuerda que siempre que tengamos que tomar una decisión importante, debemos orar. Es necesario reflexionar, sin duda, al igual que hay lugar para el diálogo y la consulta. Pero antes que nada, y más que nada, es necesario orar. Debemos orar no tanto para obtener una luz extraordinaria y milagrosa, sino simplemente para tener la disposición adecuada que nos permita tomar la decisión correcta. Dios nos ha dado la plena responsabilidad de tomar nuestras propias decisiones. Por lo tanto, no debemos pedirle a Dios que nos diga qué decidir. Más bien, debemos pedirle que nos dé la disposición adecuada para que tomemos decisiones que se ajusten a su propia voluntad.

          Al amanecer, Jesús llama a todos sus discípulos, a aquellos que ya le seguían. Los llamó a la montaña y allí eligió a los Doce. Son elegidos por su nombre. Cualquier vocación es algo absolutamente personal. Dios no llama a las personas por grupos o categorías. No pone un anuncio en los periódicos llamando a todos los interesados. Siempre nos invita a cada uno de nosotros por nuestro nombre. Cuando nacimos, cuando recibimos el bautismo, cuando entramos en el monasterio, recibimos esa llamada personal y respondimos a ella, estableciendo una relación personal para toda la vida.

          Y, por último, al final del Evangelio vemos varios círculos concéntricos alrededor de Jesús. Está el círculo de los discípulos a quienes llamó a la montaña al amanecer y de entre los cuales eligió a los Doce. Luego, cuando bajó de la montaña, se encontró con un grupo más numeroso de discípulos y, con ellos, una gran multitud de personas de todas partes, que habían venido a escucharlo y a ser curadas de sus enfermedades. Todos en la multitud trataban de tocarlo porque de él salía un poder que los curaba a todos.

          Sin duda, podemos encontrar nuestro lugar en uno de estos círculos o en la multitud y, por eso, también nosotros hemos venido esta mañana a escuchar a Jesús y a tocarlo en esta Eucaristía. Pidámosle también que nos cure de todos nuestros males del cuerpo, del espíritu y del corazón, para que siempre podamos decidir y actuar según su voluntad y la voluntad de su Padre.

Armand Veilleux