11 de abril de 2024 -- Homilía del jueves de la 2ª semana de Pascua

Hch 5,27-33; Jn 3,31-36.

Homilía

          El relato que leemos estos días en los Hechos de los Apóstoles tiene algo de profundo y algo de cómico. Lucas, que es un excelente escritor, sabe transmitir una enseñanza profunda utilizando un lenguaje simbólico y poético. Aquí describe los comienzos de la Iglesia en un estilo casi lúdico.

           Los Apóstoles, tras recibir el Espíritu Santo, comienzan su misión como predicadores de la Palabra y sanadores. El primer gran discurso de Pedro después de Pentecostés provoca ya muchas conversiones. Pedro, acompañado de Juan, comienza casi inmediatamente su carrera de sanador ordenando caminar al tullido que se encontraba a la puerta del Templo. Luego arengó audazmente a la multitud: "El Príncipe de la Vida, vosotros lo hicisteis morir, Dios lo ha resucitado. Conviértanse. Pedro y Juan son encarcelados y llevados ante el Sumo Sacerdote y el Sanedrín, que les prohíben hablar y actuar en nombre de Jesús. Ellos respondieron con franqueza: "¿Qué os parece bien ante Dios: escucharle a Él o a vosotros? Fueron puestos en libertad y volvieron a enseñar y a hacer milagros, lo que provocó una nueva detención.

           Durante la noche, como vimos en la lectura de ayer, el ángel de Dios abre la puerta de la cárcel y los envía a predicar: "Id y decid al pueblo todas estas palabras de vida". Los detienen de nuevo y les prohíben hablar de este Jesús. Y Pedro responde: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". Y el relato de estos acontecimientos, que se desarrollan con sorprendente rapidez, está salpicado de descripciones de la vida de la primera comunidad de creyentes de Jerusalén, que ya se está organizando. Y las últimas palabras del relato que acabamos de leer indican que todo esto llevará a los Apóstoles a la muerte, como a su Maestro. Y ellos son muy conscientes de ello.

          Como lectura evangélica, hemos tenido estos días el relato del encuentro de Jesús con Nicodemo. A este relato, en el estado actual del Evangelio de Juan, siguió un testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús, en respuesta a una petición de sus propios discípulos. Aquí Juan expresa su alegría por ser el precursor del Mesías. Luego viene el texto que acabamos de escuchar, que sigue inmediatamente a las palabras de Jesús a Nicodemo. Este relato resume en unas breves frases todo el misterio de la salvación: Dios Padre envió a su Hijo. El Hijo, que ha recibido el Espíritu sin medida, dice lo que ha oído al Padre. El Padre ama al Hijo y lo ha entregado todo en sus manos. La conclusión es de una claridad que casi hace temblar, de alegría o de miedo: El que cree al Hijo tiene vida eterna. (No la tendrá; ya la tiene). El que se niega a creer (el verbo "negarse" es importante) no verá la vida. Todas las declaraciones de los Concilios y todos los volúmenes de teólogos no han añadido nada a estas pocas palabras: El que cree tiene la vida. Todo lo que se pueda añadir serán sólo las consecuencias de estas afirmaciones.

Armand Veilleux