9 de abril de 2024 - Martes de la 2ª semana de Pascua

Hch 4,32-37; Jn 3,7b-15

Homilía

          En el Evangelio de hoy leemos la segunda parte del relato del encuentro de Jesús con Nicodemo. Normalmente habríamos escuchado la primera parte de este relato ayer, si no hubiéramos celebrado la solemnidad de la Anunciación. Escucharemos el resto en los próximos días. Lo que demuestra lo importante que es esta historia en este tiempo de Pascua.

          El relato de los Hechos de los Apóstoles, que tenemos como primera lectura a lo largo de esta semana, nos muestra a este pequeño grupo de Apóstoles y Discípulos de Jesús, que, al llenarse del Espíritu Santo que Jesús les comunicó después de su Resurrección, pasaron de repente de una fe tan ambigua como la de Nicodemo a una fe valiente y total. En la lectura de hoy les vemos poner todo en orden con cierto entusiasmo. El resto del relato nos mostrará que no siempre fue tan fácil y tan absoluto.

          Poco antes de la muerte de Jesús, cuando ya había anunciado su pasión, los Apóstoles seguían discutiendo entre ellos quién tendría el primer puesto en su reino, quién sería primer ministro, ministro de finanzas, ministro de esto o de aquello (abad, prior, bodeguero...). Seguían ocupándose de sus deseos individuales. Eran un grupo de individuos que seguían a Jesús con una fe real, pero una fe todavía ambigua. Querían entregarse a Jesús, pero no perderse a sí mismos. Buscaban honores e intereses personales. Ahora, transformados por el Espíritu, se han convertido en una verdadera comunidad, una verdadera Iglesia. No tienen miedo de darlo todo, de arriesgarlo todo por el nombre de Jesús. Después de haber sido encarcelados por predicar el nombre de Jesús, volverán a predicarlo en cuanto sean misteriosamente liberados de la cárcel durante la noche.

          En este tiempo pascual, en el que hemos renovado la expresión de nuestra fe en Cristo mediante la renovación de nuestros compromisos bautismales, pidamos a Jesús que nos llene de su Espíritu, para hacer de cada una de nuestras comunidades lugares en los que, con palabras de san Pablo, recogidas por Benito en su Regla, cada uno no busque lo que le es favorable y agradable a sí mismo, sino el bien de los demás y de todos. Por eso, pidamos para cada uno de nosotros y para todos los miembros de nuestras comunidades una fe en Jesús pura e indivisa.

         

Armand Veilleux