13 de enero de 2024 - Sábado de la primera semana, año par

1 Samuel 9:1-4. 17-19. 10:1; Marcos 2:13-17

Homilía

          Este breve Evangelio tiene dos partes bien diferenciadas: en primer lugar, la vocación de Leví y, a continuación, la comida ofrecida por Leví en su casa.

          El relato de la vocación de Leví sigue la pauta de las vocaciones descritas en el Evangelio. Jesús no entabla una larga conversación. No explica en detalle lo que propone. No da tiempo a la gente para pensar. Simplemente pide a la gente que le siga: "Sígueme". Los llamados no son llamados a esto o aquello, a esta o aquella situación. Simplemente son llamados a ser discípulos de Jesús. Cuando somos bautizados, y cuando somos llamados a la vida monástica, o a otra vocación en la Iglesia, somos llamados simplemente a esto, en primer lugar: a seguir a Cristo, donde Él quiera llevarnos.

          Y Jesús llama a quien quiere, incluidos los publicanos y los pecadores. Los publicanos, o recaudadores de impuestos, eran equiparados a los pecadores. Parece que no se les pagaba por su trabajo, y que tenían que ganarse su propio sueldo recaudando más de lo que se les exigía. Pero no era por eso por lo que se les consideraba pecadores. Era porque eran traidores a su propio pueblo, recaudando impuestos de sus hermanos para el Imperio Romano que entonces ocupaba Israel.

          Lo sorprendente es que Leví, este recaudador de impuestos, al ser llamado por Jesús, se levanta y comienza a seguirle. En este relato no dice nada, y tampoco vacila. Inmediatamente invita a Jesús a una gran comida, a la que acuden todos sus amigos, los demás recaudadores de impuestos y los pecadores. Aunque su vida ha tomado un rumbo completamente distinto, aunque sus valores ya no coinciden con los de ellos, Leví no rechaza con altanería a los que antes eran sus compañeros de trabajo y amigos. Algo importante le separa ahora de ellos, pero siguen siendo seres humanos y, sobre todo, siguen siendo sus amigos. Al venir a esta comida, Jesús aprueba esta actitud. Y cuando se lo reprochan, su respuesta es que no ha venido a llamar a los justos (o a los que se consideran justos), sino a los pecadores.

          Debemos ser conscientes de la separación que a menudo hacemos, en nuestro corazón o en nuestra mente, entre nosotros y los que llamamos "pecadores". En realidad, la línea divisoria entre el bien y el mal no discurre entre distintos grupos de personas, sino que pasa por el centro de cada uno de nuestros corazones. Jesús no estaba interesado en una comida privada e individual con ninguno de nosotros. Siempre se sentaba a la mesa común donde están todos los pecadores. Afortunadamente, nosotros formamos parte de esa comunidad. No lo olvidemos. Si lo hacemos, saldremos perdiendo.

          La primera lectura nos habla de la vocación de Saúl, cuya elección como rey de Israel fue comunicada por Dios no al propio Saúl, sino al profeta Samuel. Cada uno de nosotros también ha recibido su vocación a través de la Palabra de Dios, ya sea porque un día nos interpeló una Palabra de la Escritura que leímos o escuchamos durante la liturgia, ya sea por la Palabra de Dios pronunciada en el fondo de nuestro corazón, ya sea a través de otra persona que, inspirada por Dios, percibió esta vocación en nosotros. En cualquier caso, es un don de Dios, por el que debemos dar gracias cada día, pidiendo la gracia de ser fieles a él.