2 de diciembre de 2023-Sábado de la 34ª semana del tiempo ordinario

Dan 7,15-27; Lc 21,34-36

Homilía

          El acontecimiento más trascendental de la historia de la humanidad es el que celebraremos al final del Adviento, que comienza mañana: el momento en que Dios asumió una de sus criaturas haciéndose hombre. Cuando Dios se manifestó como hombre en Jesús de Nazaret, toda la humanidad fue asumida. Fue en el corazón de la humanidad donde se depositó una semilla de vida divina. El "hijo del hombre" al que se refiere el texto evangélico que acabamos de escuchar no es sólo el Mesías, el niño nacido de María, sino todo ser humano, toda persona humana, la humanidad misma.

          El mensaje final del gran discurso escatológico de Jesús, cuya parte principal acabamos de leer, no es una llamada al miedo, a la resignación o a la angustia. Al contrario, es una llamada a la esperanza y a la dignidad.

          Como en muchos textos proféticos del Antiguo Testamento, las catástrofes cósmicas son utilizadas por Jesús en este discurso como imágenes de la violencia entre los hombres desde que Caín derramó la sangre de su hermano Abel. Al utilizar estas imágenes, Jesús alude a toda la miseria que los seres humanos de su tiempo se causaban mutuamente mediante la explotación, la esclavitud, las guerras y la codicia. Y anuncia que el hombre -el "Hijo del Hombre"- la humanidad -- puede salir y saldrá de este ciclo de autodestrucción y se revestirá por fin de toda la grandeza y la gloria que conlleva la dignidad de ser hijo de Dios. Hoy, si Jesús nos dirigiera el mismo discurso, mencionaría no sólo las matanzas de Gaza, por ejemplo, sino también las armas de destrucción masiva que son la deuda de los países pobres con los países ricos y el hambre que esta deuda provoca, así como el acaparamiento de la mayor parte de los recursos del planeta por una pequeña minoría privilegiada. Sin duda mencionaría también la posibilidad de que la humanidad se haya dado a sí misma de autodestrucción.

          Y Jesús no diría, como tampoco dijo a los Judíos de su tiempo: "acurrucaos en un rincón esperando que alguien venga a salvaros" y menos aún: "aceptad una muerte dolorosa para tener, después de la muerte, la felicidad eterna en otro mundo". No, diría, ahora como entonces: "Cuando sucedan todas estas cosas -incluso mientras están sucediendo- poneos derechos, levantad la cabeza". "Las potencias de los cielos se estremecen y se tambalean", volvería a decir, aludiendo simbólicamente a los poderes tiránicos que se han autodivinizado. Si permanecéis erguidos, despiertos, si prestáis atención y no os dejáis agobiar por el libertinaje, la embriaguez, la búsqueda desenfrenada de bienes materiales, entonces no sólo se manifestará en la realidad, en la historia, la dignidad del ser humano, sino que también podréis estar, en toda vuestra dignidad, ante Dios, que se ha convertido en el "Hijo del hombre" por excelencia.

          Los verdaderos discípulos de Jesús deben ser personas sin miedo, optimistas, porque han puesto su confianza en el Padre de Jesús. Pero son verdaderos optimistas, no ingenuos. Son optimistas con los pies bien plantados en la tierra, con la cabeza bien alta para ver el rostro de Dios y oír su voz. Estos verdaderos discípulos, con la cabeza bien alta, también se arremangan para hacer su parte en la reconstrucción, con las herramientas del amor, de un universo devastado por las herramientas del odio.

          La liturgia de este último día del año litúrgico prefigura ya lo que la liturgia del Adviento nos llamará a hacer. Nuestra misión no es sólo vigilar y mantener o recuperar nuestra confianza, sino también devolver la confianza a todos nuestros hermanos y hermanas humanos en el futuro extraordinario al que la humanidad está invitada por la Encarnación del Hijo de Dios.

Armand Veilleux