18 de noviembre de 2023 - Dedicación de las basílicas de ss. Pedro y Pablo

Hch 28, 11-16.30-31; Mt 14, 22-33.

HOMILÍA

         En el Evangelio de hoy, Jesús se manifiesta como Dios a sus asustados discípulos caminando sobre las aguas.

          Fijémonos un momento en este último encuentro entre los discípulos y Jesús y veamos qué mensaje nos quiere transmitir el evangelista Mateo. En primer lugar, observemos que Mateo sólo menciona la oración solitaria de Jesús dos veces en todo su Evangelio: en esta ocasión y en el Huerto de los Olivos, en momentos particularmente trágicos. Tras enterarse de la muerte de Juan el Bautista, Jesús parte en una barca con sus discípulos hacia un lugar tranquilo y solitario. La multitud se da cuenta y se les adelanta. Él se apiada de esta pobre gente y les da de comer después de curar a sus enfermos. Luego obliga (la palabra es fuerte) a sus discípulos a ir a la otra orilla. La otra orilla ya no estaba en Israel; era ya el mundo de los paganos, al que también tenían que ir. Sin duda, también quería protegerlos del peligro de ser arrastrados por la multitud hacia un movimiento que transformaría a Jesús en un Mesías político. Despide a la multitud y sube al monte a orar a su padre. A raíz de este encuentro con Dios, su humanidad adquiere una de las características que el Antiguo Testamento reconocía como prerrogativa de Dios, la de caminar sobre las aguas (cf. Job 9,8; 38,16).

          El mundo en que vivimos parece a menudo una barca azotada por el viento en un mar tempestuoso. Pensemos, por ejemplo, en la guerra que asola actualmente la Franja de Gaza y en otros muchos conflictos en todo el mundo. Si Jesús apareciera caminando tranquilamente sobre este mar tempestuoso, pensaríamos sin duda, como los Apóstoles, que se trata de un fantasma. Y, sin embargo, sigue viniendo a nosotros, no en ruidosas manifestaciones, sino en la suave brisa. Si tenemos el valor -o la temeridad- de desafiarle del mismo modo que Pedro le desafió: "Si eres tú, mándame ir a verte", él nos dirá: "¡Ven!"   El "si" de Pedro -su capacidad para reconocer y aceptar su duda- es tan valiente como su "mándame" -su voluntad de obedecer, cueste lo que cueste-. Que también nosotros tengamos el valor de atravesar sin miedo este mar tempestuoso y de llegar al encuentro de Jesús antes incluso de que reaparezca en la barca. Todos los que estaban en la barca reconocieron a Jesús cuando se calmó el viento. Así Elías había reconocido a Dios en la ligera brisa. Quizá el reto de Dios a los hombres y mujeres de hoy, como a Pedro, sea encontrarle en el corazón mismo de la tormenta.

          No esperemos a que se calmen todos los conflictos en la escena internacional, o incluso en la Iglesia, para esperar la gracia de un encuentro íntimo con Jesús. Son tiempos para naturalezas fuertes y temerarias como la de Pedro. En un mundo en el que Dios se manifiesta de maneras tan desconcertantes, tengamos la audacia de decirle: "Si realmente eres tú, mándame salir a tu encuentro, caminando por este caos nuestro". Él nos dirá sin duda: "Ven". Recemos para tener el valor de seguir adelante con la mirada fija en Jesús y no en la tormenta que nos rodea. Pero aunque la tormenta nos devuelva nuestros miedos, no importa. Jesús nos tomará de la mano y nos subirá a la barca... sin olvidar que esta barca está en camino hacia la otra orilla, hacia el mundo de las "naciones", hacia la misión universal.