20 de agosto de 2023 - XX Domingo Ordinario "A"

Is 56,1.6-7 ; Rm 11,13-15.29-32 ; Mt 15,21-28

 

HOMILÍA

          Este Evangelio nos revela muchas cosas, tanto sobre la persona de Jesús como sobre la oración. Además, nuestra actitud ante la oración suele revelar bastante bien la imagen que tenemos de Dios y de Cristo.

          Si nuestro dios es el dios de los filósofos, un dios inmutable que nunca cambia, no hay realmente ninguna razón para rezarle. Si nuestro Cristo es un Cristo que, desde el momento de su nacimiento, ya posee la plena visión beatífica y sólo puede crecer en conocimiento y conciencia de su misión, un Evangelio como el de hoy nos muestra a un Cristo desconcertante, que utiliza palabras muy duras con una pobre mujer pagana.

          Pero si aceptamos lo que el Evangelio nos dice de tantas maneras, a saber, que Cristo a lo largo de su vida creció en edad, gracia, sabiduría y también en la percepción de su misión, entonces este Evangelio adquiere un significado que es muy hermoso. Significa que el encuentro de Jesús con otra persona que le confronta con sus deseos le ayuda a descubrir su propia misión. Significa que nosotros mismos, pobres seres humanos, ¡podemos en cierto modo "hacer cambiar de opinión a Dios"!

Hasta este momento de su vida, Jesús sólo había predicado a los Judíos, y la recepción de su mensaje había sido cada vez más difícil. En la primera sección del capítulo 15 de Mateo, tuvo una acalorada discusión con los Fariseos y escribas de Jerusalén sobre el significado de la tradición, y Jesús decidió abandonar el territorio judío e ir a la región de Tiro y Sidón. Cuando la mujer cananea le pidió que curara a su hija, él se negó diciendo que había sido "enviado sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel". Utiliza la imagen de una familia en la que el pan se sirve a los hijos y no a los perritos que corretean por la mesa. Hay una apertura en esta imagen que la mujer aprovecha hábilmente. Pone el pie, podría decirse, en la puerta y replica astutamente que los perritos pueden alimentarse de las migajas que caen de la mesa y que, por tanto, esos perritos pertenecen en cierto modo a la familia. Ante semejante fe, Jesús comprende que esta mujer, como todos los que tienen una fe similar, también pertenecen a la familia de Dios y que, por tanto, él también ha sido enviado a ellos. Y curó a su hija.

          Todas las grandes figuras espirituales de la Biblia son personas llenas de deseos, que no temen expresarlos a Dios, incluso con fuerza. Su oración es la de los amantes que aman lo suficiente como para desear, sin intentar manipular a la persona amada, pero esperando de todos modos que los deseos de ésta correspondan a los suyos. Este es un camino de crecimiento espiritual, porque ofrece la posibilidad de un encuentro con Dios, aunque este encuentro pueda tomar la forma de una confrontación.

          Es como un niño que, al expresar sus deseos, se enfrenta a la realidad del mundo que le rodea y tiene así la oportunidad de crecer en esta confrontación entre sus deseos y los del resto del mundo. Un niño que no expresa sus deseos puede parecer muy sabio, pero no crece.

          La mujer del Evangelio de hoy corrió un gran riesgo al expresar su deseo: el de recibir una respuesta negativa. Esta confrontación cambió su relación con Jesús. Y lo hermoso de esto es que, en toda relación profunda, ambas personas cambian. También en esta relación, Jesús dio y recibió.

          Así que no dudemos en presentarnos ante Dios con nuestros deseos y nuestras necesidades, seguros de que, en este encuentro con Dios, puede que nuestros deseos no se cumplan exactamente como deseamos, pero que nuestra relación con Dios cambiará. Y ése es el fin último de la oración.

Armand Veilleux

Hoy celebramos en el Orden de Císter la fiesta de san Bernardo

          (ver homilía aparte)