25 de junio de 2023 -- XII Domingo "A
Jer 20,10-13; Rom 5,12-15; Mt 10,26-33
Homilía
En la última de las Bienaventuranzas (Mt 5, 10-12), Jesús declaró bienaventurados a los que son perseguidos por causa de la justicia. Bienaventurados seréis -dijo- cuando os insulten y os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros falsamente por mi causa. Y añadió: "Así fueron perseguidos los profetas que os precedieron". El pasaje evangélico que acabamos de leer es una especie de comentario y explicación de esta bienaventuranza.
En el pasaje inmediatamente anterior al texto que leemos hoy (que es continuación del que leímos el domingo pasado), Jesús había enviado a sus discípulos a una misión, diciéndoles que los enviaba como corderos en medio de lobos. Aunque les aconsejó que fueran cándidos como palomas, pero prudentes como serpientes, les predijo que serían traicionados por sus seres queridos, perseguidos, encarcelados; y que serían odiados como él mismo es odiado.
A pesar de todo, les dijo: "¡No tengáis miedo! -- una expresión que se repite como un estribillo a lo largo de este breve texto. No temáis a quienes pueden destruir vuestro cuerpo, pero no pueden dañar vuestra alma, vuestra persona. Temed sólo a Dios, que puede enviaros al infierno". Pero se apresura a añadir que Dios es un padre que se preocupa de todos los detalles de nuestra vida, incluido, añade con humor, el número de pelos que tenemos (... ¡puede que hubiera algún calvo entre su público!).
Durante su interrogatorio por Pilato, Jesús le dijo que había venido a este mundo para dar testimonio de la Verdad (Juan 18:37). Llamó a todos sus discípulos a no transigir nunca con el mensaje evangélico, a llamar a las cosas por su nombre, a decir "sí" cuando es "sí" y "no" cuando es "no". Los que son fieles a la verdad, en cualquier ámbito, pagan un precio muy alto, a veces con su vida.
Cuando el cristianismo se extendió durante las primeras generaciones cristianas, el Imperio Romano, que aún dominaba gran parte del mundo, tenía su propia religión de Estado, para la que cualquier otra religión era vista como una amenaza. Por eso, los primeros mártires cristianos fueron a menudo condenados a muerte simplemente porque profesaban la fe en Jesús y en su mensaje, y podrían haber salvado la vida renegando de esa fe. Fue entonces cuando los que morían "in odio fidei" (por odio a la fe) pasaron a ser considerados "mártires".
Los numerosos mártires del siglo XX y ahora los del siglo XXI rara vez son asesinados explícitamente por odio a la fe. A quienes los matan no les importa nada la fe, ni siquiera odiarla. Mueren por su fidelidad al mensaje evangélico y a su verdad. Suelen ser asesinados por los poderosos de este mundo, a quienes molestan porque se ponen de parte de los pequeños, los pobres y los oprimidos. Molestan porque proclaman, o simplemente porque viven de verdad, el mensaje evangélico de compartir los bienes, respetar la dignidad humana y perdonar las ofensas. Son fieles imitadores de Juan el Bautista, a quien hemos celebrado ayer (24 de junio), y a quien cortaron la cabeza simplemente porque había molestado a Herodes, y sobre todo a Herodías, recordándoles un principio fundamental de la moral que habían quebrantado. Incluso antes de la proclamación del mensaje de Jesús que leemos hoy, Juan era de los que no temían a los que podían matar el cuerpo. Era un hombre libre.
Llevemos en nuestra oración de hoy a todos aquellos que, en nuestros días, bajo diversos tipos de regímenes totalitarios, o en la jungla de nuestras economías ultraliberales y democracias selectivas, o ante nuestras orgías de violencia que responden a otras violencias, siguen exponiéndose a la persecución e incluso arriesgan su vida en defensa de los oprimidos y en fidelidad vivida a los valores evangélicos del compartir, del perdón y del amor, incluidos los menos populares. Ellos son los verdaderos mártires de nuestro tiempo, independientemente de las filiaciones ideológicas y de que un día pueda demostrarse o no que murieron "por odio a la fe".
Armand VEILLEUX