16 de junio de 2023 - Solemnidad del Sagrado Corazón
Homilía
El aspecto del misterio de la salvación que celebramos hoy no es muy distinto del que celebramos hace diez días, el domingo de la Trinidad. "Dios es amor", repite como un estribillo san Juan en la segunda lectura de la misa de hoy. Estas tres palabras resumen todo el misterio de la unión del Padre con su Hijo en el Espíritu común. También resumen el misterio de la relación entre Dios y la humanidad.
Ya en el Antiguo Testamento, el pueblo hebreo se consideraba particularmente amado por Dios, y quedaba fascinado primero por la gratuidad de este amor, y después por la fidelidad de Dios a este amor a pesar de todas las infidelidades de su pueblo.
San Juan estaba fascinado por el hecho de que Dios nos había amado primero y que nos había mostrado su amor enviándonos a su Hijo único, para que por él tuviéramos plenitud de vida. Pero esto no le basta. También extrae las consecuencias para nuestra vida cotidiana, utilizando una lógica muy sencilla e impecable: puesto que Dios nos ha amado, no sólo debemos amarle a Él a cambio, sino también amarnos los unos a los otros. Y, siguiendo con la misma lógica, prosigue: puesto que Dios es amor, quien permanece en el amor, es decir, quien persevera en el amor, quien permanece en el amor, quien es fiel como Dios mismo es fiel, esa persona permanece en Dios y Dios permanece en ella. Esa persona es introducida por el amor en el misterio mismo de la vida trinitaria.
Quien ama de verdad sabe que el amor es exigente. El libro del Deuteronomio, por boca de Moisés, expone la importancia de cumplir las órdenes, mandamientos y decretos prescritos por Dios o en nombre de Dios, porque esta obediencia es vista como expresión de amor y fidelidad. En el Evangelio, Jesús no es menos exigente. Revela los secretos del Padre, ocultos a los sabios y entendidos, a quienes desean seguirle, es decir, hacerse discípulos suyos y vivir según sus enseñanzas. Él mismo se presenta como manso y humilde de corazón.
En todas las culturas, el corazón se considera el lugar donde residen los sentimientos, las emociones y el amor. Por eso, a partir de la Edad Media, místicos como Gertrudis, Catalina de Siena, Matilde, Margarita Alacoque y Juan Eudes desarrollaron una devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que no es una devoción a un órgano físico, sino al amor divino experimentado por Dios hecho hombre. Aunque esta devoción haya tenido a veces expresiones más bien románticas y sentimentales, como lo demuestra una vasta colección de imágenes piadosas de gusto más bien dudoso, no es esencialmente, en su intuición original, otra cosa que la contemplación del amor de Dios por nosotros, encarnado en Jesús de Nazaret.
Puesto que Él nos ha amado tanto, amémonos los unos a los otros con el mismo amor exigente, dispuestos a llegar hasta la entrega de nosotros mismos y de nuestra vida.