27 de marzo de 2023 -- Lunes de la 5ª semana de Cuaresma

Dan 13:1-9:15-17:19-30:33-62; Juan 8:12-20

Homilía de la Adultera

           "Si tu corazón te acusa, Dios es más grande que tu corazón, y lo sabe todo" - Cuando Juan escribió esto en una de sus Cartas, probablemente estaba pensando en la escena que relata en el Evangelio de hoy. 

           El punto culminante de la historia es cuando Jesús y la mujer se quedan solos, ambos de pie, mirándose a la cara, después de que todos los demás se hayan ido.  Nadie puede estar en presencia del pecado sin sentirse perturbado, probablemente porque el pecado del otro le recuerda el suyo.  Sólo Dios puede mirar al pecador con tranquilidad; y sólo ante Dios el pecador puede estar de pie y conservar toda su dignidad, a pesar de su pecado. 

           A Jesús no le interesaba el pecado, sino el pecador.  Su misericordia hacia los pecadores, su compasión y serenidad cuando estaban en su presencia sorprendieron y escandalizaron a los fariseos.  Era algo que no podían entender.  ¿Y por qué fue eso?  -- Fue porque se preocuparon por el pecado y no por el pecador.  Han clasificado a las personas en categorías y las han tratado en consecuencia.  La ley de Moisés les había ordenado apedrear a "estas mujeres", le dijeron a Jesús.  La mujer que llevaron a Jesús no es, para ellos, una persona con un nombre y una historia. Es simplemente "una de estas mujeres".  ¿No hacemos a menudo lo mismo, tanto en la vida personal como en la colectiva? -- Tal hermano es "esa clase de persona con la que no es posible dialogar"; tal país pertenece a esa clase de país que debe ser invadido y castigado; tal jefe de Estado pertenece a esa clase de criminal que debe ser derrocado.  Para Jesús, nadie pertenece a una categoría.  Todo el mundo es único y debe ser acogido, aceptado y amado como persona única.

           Los fariseos invitan a Jesús a actuar como juez en el caso que le presentan.  Entonces Jesús se agacha y empieza a dibujar señales en el suelo, probablemente para mostrarles que no le interesa su juicio. Cuando insisten, se limita a mencionar un pasaje de la Ley, pero lo cambia, un cambio aparentemente menor, pero significativo y de gran alcance.  Según la ley, el testigo de un crimen debe tirar la primera piedra cuando un criminal es apedreado hasta la muerte.  Jesús dice: "El que esté libre de pecado entre vosotros, que tire la primera piedra.  Con este cambio, Jesús eleva la cuestión a un nivel completamente nuevo.  Hace que los acusadores vuelvan a su conciencia.  Todos se van, uno por uno, reconociendo que también son pecadores.  Jesús también es amable con ellos.  No disfruta de su victoria sobre ellos.  Por el contrario, se inclina hacia el suelo, para darles la oportunidad de irse sin perder la cara, sin ser humillados.

           Y cuando todos se han ido, es entonces cuando se levanta, mira a la mujer que tiene delante y le habla.  Sus palabras son sencillas: "¿Nadie te ha condenado? -- Yo tampoco te condeno. Ve, y ahora no peques más".

           Hay muchas lecciones que aprender de esta historia.  La primera es no juzgar y sobre todo no condenar a nadie.  Y luego hay una lección de lucidez.  Todos en esta historia están lúcidos: incluso los fariseos son conscientes de sus pecados y se van.  La mujer no intenta negar o justificar su pecado.  Jesús conoce todos los corazones.  Y la tercera lección, y quizás la más importante, es una enseñanza sobre la actitud de Dios hacia nosotros, los pecadores.

           - No es una actitud humillante y despectiva.

           - No es la actitud de un juez (Jesús ni juzga ni condena).

           - No le interesa el pecado.  Jesús no perdona explícitamente el pecado de la mujer.  Ni siquiera lo menciona.  Sólo le interesa su futuro. "Ve y no peques más".  No le da una larga lista de recomendaciones y advertencias.  Le deja toda la responsabilidad de organizar su propia vida.  No la advierte sobre un pecado en particular; es más exigente: le recuerda la importancia de no pecar en absoluto.

                      Esta actitud de Jesús no sólo era escandalosa a los ojos de los fariseos, sino que también perturbaba a la Iglesia primitiva.  Así, aunque este relato tiene todos los signos de autenticidad, ha sido excluido de los evangelios canónicos.  No aparece en los tres sinópticos y sólo se encuentra en algunos manuscritos del Evangelio de Juan. Es fácil entender que esta escena fuera perturbadora, pues la misericordia y la compasión no son naturales ni fáciles para los hombres.  Afortunadamente, el Espíritu Santo se aseguró de que esta historia se conservara para nosotros.

           Esta historia también nos recuerda que, durante este tiempo de Cuaresma, Dios quiere que nos volvamos hacia la alegría de la resurrección y que, en lugar de quedarnos con nuestros pecados pasados, demos un paso decisivo hacia una nueva vida sin pecado.

Armand Veilleux