20 de julio de 2022 -- Miércoles de la 16ª semana "B

Jer 1,1. 4-10; Mt 13,1-9

Homilía

          Esta mañana tenemos el mismo Evangelio que hace unas semanas, en el 15º domingo ordinario.  Lo importante para Jesús, en esta parábola, no son las espinas que pueden ahogar la semilla recibida; no es el terreno rocoso, que no permite que la semilla tenga raíces profundas; no son las aves del cielo que vienen a comer el grano que ha caído en el camino; ni siquiera es la buena tierra que recibe esta semilla.  Lo más importante para Jesús es la propia semilla.  Y la semilla de la que habla es su Palabra, que es también la Palabra de su Padre.

          Siempre estamos preocupados por nosotros mismos y por nuestro comportamiento.  Nos preocupa cómo recibimos la Palabra de Dios; y es bueno, por supuesto, que nos preocupemos por ello.  Pero nunca debemos olvidar que la Palabra es inmensamente más importante que cualquier cosa que podamos hacer o dejar de hacer con ella.  Un gran teólogo protestante, Karl Barth, llegó a decir que el simple hecho de que Dios nos haya hablado es infinitamente más importante que cualquier cosa que nos haya dicho.

          Ahora resulta que hoy, en el leccionario de la Misa, comenzamos la primera lectura del Libro del profeta Jeremías.  Todo este largo Libro de Jeremías (que incluye 52 capítulos) es la historia patética, emocionante y a menudo dolorosa de la Palabra de Dios dirigida al Pueblo a través de Jeremías. 

          Jeremías podría prescindir de esta Palabra.  Cuando se le dirige por primera vez, intenta evitarla con el pretexto de que es demasiado joven.  Jeremías es un hombre muy sensible y frágil, que necesita ser aceptado, amado y consolado.  En cualquier caso, si va a hablar a la gente, le gustaría decir cosas agradables y placenteras.  Y, sin embargo, Dios pone constantemente en su boca mensajes exigentes, reproches, palabras duras, que el Pueblo no quiere oír.  Dios le pide incluso que permanezca célibe, pues debe existir sólo para la Palabra que le atrapa por completo.  El día que no tenga más Palabra que transmitir, simplemente desaparecerá, en la avalancha de refugiados.

          Para nosotros, monjes y monjas, Jeremías es un modelo y un prototipo.  También nosotros estamos llamados, a nuestra manera, a dejarnos atrapar completamente por la Palabra de Dios, a nutrirnos de ella y a existir sólo para ella.  Que nos sirva de compañía y de alimento.  Que tengamos la valentía de ser el canal por el que pasa si Dios quiere, y también la humildad de desaparecer tras él.