4 de diciembre de 2021 - Sábado de la 1ª semana de Adviento

Is 30, 19-21. 23-26; Mt 9:35-10:1, 6-8

Homilía

            Los rabinos de la época de Jesús se rodeaban de unos pocos discípulos, con los que vivían en una escuela o en la puerta de la ciudad.  Jesús eligió un estilo muy diferente.  Es un rabino itinerante que no espera a que los discípulos vengan a él, sino que va él mismo hacia ellos.  No forma a sus discípulos con largos discursos, sino que simplemente los involucra en sus viajes misioneros y también los envía a misionar a esas multitudes "cansadas y abatidas como ovejas sin pastor".  No está en la línea de los sacerdotes de su tiempo (preocupados por los sacrificios y el dinero del pueblo) y menos aún en la de los fariseos (una élite altiva), sino en la de los grandes profetas de Israel.

 

            El evangelista Mateo no describe la institución de los Doce.  En su Evangelio, en lugar de esta institución, encontramos las "bienaventuranzas" en las que Jesús establece la Ley de la Nueva Alianza y con las que funda su Iglesia, el nuevo Israel.  El texto que acabamos de leer habla en primer lugar de los "doce discípulos", que se mencionan aquí por primera vez en el Evangelio de Mateo y que son la figura de todo el Pueblo de Israel, compuesto por doce tribus.  A este pueblo, representado por los doce, le da poder para hacer todo lo que él mismo hizo: expulsar a los espíritus malignos y curar de toda enfermedad y dolencia. A continuación, el texto pasa a dar el nombre de apóstoles a estos doce discípulos (nuestro leccionario se ha saltado esta lista que comienza con Simón Pedro y termina con Judas). La misión de la que hablamos aquí es, pues, una misión confiada a todo su nuevo pueblo, a su Iglesia, a todos nosotros.  Todos están llamados a tener la misma compasión que él tuvo

            Estos doce discípulos -o doce apóstoles- que Jesús eligió para enviar a la misión son un grupo lo más heterogéneo posible.  Si hubiéramos estado en el lugar de Jesús, probablemente habríamos elegido colaboradores mejor preparados y nos habríamos asegurado de que tuvieran todo lo necesario para una tarea tan difícil como expulsar espíritus malignos.  Jesús eligió un grupo variopinto, nos eligió a todos nosotros, sabiendo que, como Moisés con su pueblo, tendría grandes dificultades para hacer comprender a sus seguidores inmediatos, y más aún a todos nosotros, el sentido de su misión, que se basa en la compasión por los que sufren.

            Conocemos nuestras limitaciones y debilidades; pero la misión que se nos ha confiado es más grande que nosotros.  Aquel que nos la confió está siempre ahí para consolarnos y alimentarnos, como lo hará en esta Eucaristía.

            Y no olvidemos la última frasecita de nuestro Evangelio que nos recuerda que todo lo que somos y hemos recibido, lo hemos recibido gratuitamente.  Por tanto, es gratuito que realicemos todos nuestros servicios -en la comunidad o en la Iglesia- sabiendo que nuestra vocación al Evangelio no es un privilegio que debamos conservar, sino una gracia que hay que compartir, en primer lugar con los que nos rodean.

Armand VEILLEUX