13 de julio de 2021, martes de la 15ª semana del año impar

Ex 2,1-15; Mt 11,20-24

H o m e l i a

Los textos de esta Eucaristía nos hablan de la debilidad y del poder, de la debilidad humana y del poder de Dios.  En la primera lectura, del Libro del Éxodo, vemos la debilidad del pueblo judío dentro del imperio egipcio, en particular la debilidad de Moisés como bebé en una cesta sobre las aguas del Nilo, y el poder con el que Dios liberará a su pueblo de Egipto a través del ministerio de Moisés.

 

          Por lo general, Jesús pronuncia bendiciones, que llamamos "bienaventuranzas" (Bienaventurados los pobres, bienaventurados los mansos, bienaventurados los pacificadores, etc.). En el breve texto evangélico que acabamos de escuchar, Jesús no pronuncia bendiciones, sino maldiciones: "¡Ay de ti, Corazín! ¿Cuál es la actitud que provoca tal reacción en Jesús?  Es una cuestión de ceguera, y más concretamente de ceguera voluntaria, que se niega a ver lo que es evidente. 

          Se trata de dos pueblos de Galilea donde Jesús había realizado muchos milagros y curaciones.  Es evidente que la gente del pueblo se benefició de estos milagros y curaciones, pero no recibió el mensaje de Jesús que llamaba a la conversión.  Esto se debe a que no supieron interpretar lo que estaba sucediendo.  Deberían haber reconocido que el que realizaba tales signos provenía de Dios y que, por lo tanto, su Palabra debía ser recibida como la Palabra de Dios.  Y si no analizaron los acontecimientos para percibir su significado, fue sin duda porque no se sintieron capaces de aceptar las consecuencias.

          Dios también nos habla a través de personas y acontecimientos.  A menudo preferimos no escuchar por miedo a oír un mensaje demasiado perturbador.  Obviamente, si un ángel del cielo se nos apareciera para decirnos la voluntad de Dios para nosotros, escucharíamos y obedeceríamos.  Pero Dios suele hablarnos a través de los acontecimientos cotidianos.  Si a menudo no nos esforzamos por analizar e interpretar estos acontecimientos, es probablemente porque percibimos más o menos inconscientemente que pueden llevar para nosotros un mensaje demasiado perturbador.  Lo que nos falta la mayoría de las veces no es la fe; es el valor para hacer la conversión que exige nuestra fe.

          Pidamos la gracia de la escucha y el discernimiento y el valor de poner en práctica lo que hemos percibido.

Armand Veilleux